Arguedas en Puquio:
La construcción del personaje
Cecilia Rivera
I
Aun cuando el reconocimiento de la importancia y complejidad de su obra crece constantemente, José María Arguedas sigue siendo hoy un personaje polémico, capaz de despertar entusiasmo, pero también menosprecio o recelo. Una parte significativa de la admiración y de las críticas se origina en la asociación que el propio Arguedas se encarga de pregonar entre su experiencia vital y sus obras. Sus críticos, como la generalidad de los lectores peruanos, no dudan de que una obra literaria como la de Arguedas podría ser capaz de dar cuenta de la realidad social que se ha conocido por los métodos de la ciencia o la experiencia íntima de vivirla. Sin embargo, algunos dudan de la realidad de su experiencia y la veracidad de su interpretación. Arguedas, dicen, se equivoca al reconocer los hechos y se apasiona al interpretarlos.
Tras la crítica postmoderna, no debería llamar a escándalo la idea de que todo tipo de conocimiento es expresión y afirmación de un punto de vista peculiar. El conocimiento es a fin de cuentas una interpretación, y supone una mirada y una representación encuadradas por las convenciones sociales y culturales de la época —que les otorgan validez y verosimilitud— y por la ubicación social y cultural, así como por los proyectos o problemas de quien observa y enuncia. Es la tensión entre realidad, convenciones sociales o culturales, y proyectos personales lo que produce conocimientos e interpretaciones.
En esa perspectiva, lo que los admiradores y críticos de José María Arguedas encuentran hoy en el personaje, fallecido hace 33 años, y en su obra, inmodificable ya, es resultado de lo que la vida y habilidad de la persona, así como los estilos y problemas de su época pusieron en ellos. Pero también, de lo que los propios lectores encuentran o dejan de ver en ellos a lo largo del tiempo.
En efecto la importancia de Arguedas crece porque aumenta el número de lectores, sobre todo en los sectores populares y medios, así como el número de críticos y estudiosos que publican sobre él. Además, porque más peruanos encuentran en él, no solo al narrador, antropólogo o folklorista, sino también a un héroe cultural mestizo, a un símbolo de la reivindicación de lo indígena, y porque están en condiciones de sentirse interpelados por el personaje, sus obras y sus contradicciones. Pero quizá no es la posibilidad de identificarse con el conflicto del mestizo [1], ni la mera defensa de la tradición indígena lo que convoca hoy, sino más bien el entusiasmo por un proyecto creador que se encuentra en un Arguedas que, ante el fracaso del ideal del mestizaje y los problemas del entrelazamiento cultural en él mismo, entiende que la cultura no se rescata sino que se deja desarrollar [2]. Más allá de contradicciones, rechazos y entusiasmos, los peruanos hemos ido incorporando a nuestra cultura y sentido común algunas de las imágenes con que Arguedas representó el mundo social peruano y su propia figura.
La más popular de estas imágenes o metáforas es probablemente el título de su novela Todas las sangres, al que se suman también otros títulos y frases como los zorros, los hervores o el país más diverso. Esa imagen, “el Perú de todas las sangres”, se ha convertido en una manera cada vez más consensual de describir la diversidad social, cultural y hasta ecológica del país, y se usa con frecuencia para afirmar la necesidad de revalorar a las poblaciones excluidas o convocar a un proyecto político democrático, multicultural, inclusivo y tolerante. Nótese que la expresión anuncia hoy una promesa.
La obra narrativa y poética de José María Arguedas es leída, como toda literatura, por el placer de la lectura y admirada por la eficacia de la comunicación [3]. Sin embargo, el creciente éxito de las imágenes mencionadas también entre personas que no necesariamente lo han leído, no puede explicarse solo por su calidad estética y comunicativa que no aprecia quien no lee. El placer de la lectura no es pues la única forma de relacionarse con su obra. Es más bien con los temas y personajes de que habla, con lo que dice de ellos, con las historias e interpretaciones que ofrece, sintetizados en aquellas imágenes y trasmitidos de boca en boca con lo que se pueden relacionar quienes no lo leen. Su biografía es una historia más, condensada en la imagen de ser hechura de la madrastra, cuya transmisión oral inició el propio Arguedas. En ella también hay personajes, temas y cosas que se dice sobre ellos. Como cualquier historia está sujeta a interpretación, y a que las gentes se identifiquen con sus personajes y problemas, o a que los usen para entender su propia historia o simbolizarla.
La popularidad de aquellas imágenes y metáforas, y su transformación en símbolos no se explica solo por la precisión con que describieron el Perú emergente. En su momento no fue suficiente que fueran acertadas. Recordemos que muchos intelectuales y su público consideraron, o consideran, errónea e inadecuada la visión arguediana [4] que otros en este seminario han considerado mas bien visionaria. Que adquirieran popularidad requirió también que se den las condiciones para que se produzca la sintonía general de los peruanos con las imágenes y sentidos con que Arguedas nos representa. Para identificarse o para apropiarse de ellos e incorporarlos al repertorio de nuestras ideas es necesario que puedan ser reinterpretadas por quienes las hacen suyos.
Las imágenes arguedianas están cargadas de las contradicciones y de la voluntad de afirmación y trascendencia de un autor que luchaba por sobreponerse a la inseguridad y a la identificación de lo indígena con el fracaso y el pasado. Con frecuencia encierran no solo la descripción de una situación social, sino también la postulación a una posibilidad todavía no cumplida a la que podemos aspirar. Quizá es por todo esto que se prestan a ser reinterpretadas cuando la sociedad y la cultura cambian: un país de todas las sangres tolerante, la ruptura del muro que nos separa.
Así, no son solo la calidad y características de la obra y metáforas lo que ha definido la fortuna de las imágenes. También han contribuido a darles un espacio en la imaginación y sensibilidad de los peruanos factores que nos afectaron produciendo nuevos interlocutores. Su obra y biografía ofrecen un repertorio de ideas, símbolos y hechos cuyas claves unos reconocieron o aceptaron entonces, mientras que otros son colocados solo posteriormente en situación de encontrar en su obra y vida sentidos relevantes, verosímiles y aceptados, o hasta hegemónicos [5] que le van dando popularidad. Podemos considerar entre aquellos factores a la crisis del racionalismo y cientificismo que descartó la novela Todas las sangres en 1965, a la transformación de la sociedad y la política con el colapso de los proyectos autoritarios —oligárquicos o no—, al fracaso del proyecto modernizador, a las migraciones, a la expansión del acceso a los derechos políticos o ciudadanos en el país, paralelo al reconocimiento internacional de los derechos sociales y culturales de los pueblos, y, sobre todo, a la transformación de las sensibilidades y discursos políticos para dar fuerza a las, por ahora, débiles instituciones que los garantizan. Seguramente también debemos considerar los procesos de afirmación de las identidades locales que se imponen como estrategias de organización y negociación ante el poder centralizado y la globalización.
No es del país de todas las sangres o de la fortuna de esta idea de lo que quiero ocuparme ahora, por lo menos no como hasta ahora. Quiero explorar más bien otras expresiones y representaciones del autor que también han tenido alguna fortuna, pues, como la anterior, parecen condensar a la vez, aunque en diferentes proporciones, toda una experiencia vital, un cambio o la necesidad de un cambio en las subjetividades y la promesa de un proyecto colectivo. Me ocuparé de ellas en un contexto local peculiar: la ciudad de Puquio. Allí, la popularidad del personaje, su significado y el de sus obras están marcados no solo por la versión local de los mecanismos generales ya descritos sino también por una relación “personal” con el autor. Esta peculiaridad de su relación con Arguedas se debe a que el autor vivió en Puquio y escribió ficción y etnografía sobre sus gentes. Hoy viven todavía en Puquio algunas personas que lo conocieron, y los descendientes y allegados de personas que conocieron a Arguedas y sus familiares. Ellos son para los puquianos una fuente de información autorizada sobre el personaje, sus obras y sus problemas con la que pocos pueblos cuenta de la misma manera. Y son también testimonio de que la comunidad misma está implicada en la ficción arguediana.
Sin afán de explicar ninguna “verdad” sobre la sensibilidad, la vida o la obra de José María Arguedas, sino solo con la intención de ampliar los elementos con que podemos hoy interpretarlas quiero comentar algunas de las imágenes que Arguedas suscita en este contexto y las razones que contribuyen a que estos compatriotas encuentren verosímil y representativa la historia de su infancia.
II
En 1996, poco después de levantada la condición de zona de emergencia en la región, llegué a Puquio atraída por la ilusión de conocer los lugares donde José María Arguedas había pasado una parte importante de su infancia, y lo que quedaba de los hombres y cosas sobre los que había escrito luego cuentos como “Warma kuyay” y “Agua”, y novelas como Yawar fiesta y Todas las sangres. En realidad, fue solo un año el que Arguedas estuvo residiendo en la ciudad de Puquio, un “pueblo grande” en sus palabras. La mayor parte del tiempo entre los 6 y 11 años la pasó en el distrito aledaño, entre el pueblo de San Juan de Lucanas y la hacienda Viseca, ubicados en la provincia de Lucanas de la que Puquio es capital.
Yo estaba interesada en la manera como los habitantes de Puquio se imaginan su propia historia y el lugar que Arguedas ocupa en ella. Así que, en primer lugar, pregunté por los personajes más importantes para la historia del pueblo esperando encontrar a Arguedas entre ellos. Encontré que eran muy pocas las personas que lo mencionaban. Otros eran los personajes significativos. Pensaban en personajes de gran notoriedad y autoridad entre los que contaban, en primer lugar, diputados o alcaldes. Establecían con ellos alguna relación significativa: a veces los habían conocido, otras conocían la obra que dejaron, otras simplemente sabían que eran miembros de las viejas clases dominantes: los vecinos ilustres. En segundo lugar pensaban en los curas más distinguidos; en realidad en el cura Salas [6] a quien recordaban por el significado que tiene para la economía e identidad puquiana la construcción del primer trazo de la carretera que comunicó Puquio con la carretera Panamericana a la que convocó, o conminó según algunas versiones, a las comunidades y autoridades locales [7]. Otros curas hubieran formado parte de la lista por sus obras modernizadoras, pero eran descartados por ser extranjeros.
El tercer lugar lo ocupaban personajes de otro carácter y signos de otra época, quizá más democrática. No eran autoridades con poder político o económico o miembros de las viejas clases altas, sino figuras contemporáneas emergentes y apolíticas que por su éxito y popularidad habían presentado a Puquio ante el mundo. Sobre todo los jóvenes pensaban en artistas del momento, especialmente en Edwin Montoya o Sila Illanes, que habían logrado reconocimiento nacional difundiendo el estilo musical local. También a ellos los conocían porque escuchaban y cantaban su música, pero a diferencia de los anteriores los sentían más cercanos y podían imaginar que ellos mismos también podrían alcanzar el éxito económico y prestigio de sus ídolos. Representaban, sobre todo para los jóvenes, modelos para imitar.
Cuando en 1996 se hablaba de José María Arguedas se hacían con el respeto que se le muestra a una autoridad o la veneración a un emblema. Pero Arguedas aparecía solo en algunas pocas respuestas, casi como una concesión a mi interés. Sea porque no lo habían conocido personalmente, porque no conocían la obra que dejó sino quizá de oídas o por la educación escolar, sea porque no fue miembro reconocido de la clase dominante o porque entonces tampoco imaginaban ser como él, lo cierto es que generalmente no lo consideraban mayormente relevante para sus vidas.
Si bien no lo sentían en ese momento entre la lista de personalidades que habían marcado la historia de Puquio, el narrador no eran ningún desconocido, ni carecía de presencia pública. Todavía hoy existen un colegio parroquial secundario, un instituto superior tecnológico y un grupo musical que llevan su nombre. Por lo menos hasta hace poco había todavía también un conocido aunque irregular restaurante y hotel que proclama el nombre del toro de la novela que Arguedas sitúa en Puquio [8]. Una de las cinco plazas de la ciudad fue dedicada por entonces a la memoria de su obra. Junto a un grupo folklórico, aparecieron también más recientemente intentos de organizar desde la Municipalidad Provincial de Puquio un conversatorio sobre Arguedas como parte de la fiesta patronal y finalmente la idea de aprovechar su prestigio para desarrollar un circuito turístico por los lugares que recorrió. Pero no había persona ni institución que promoviera actividad alguna en torno a Arguedas y sus obras.
III
El innegable intento de apropiación de la figura de Arguedas a través de su presencia en los espacios públicos en Puquio no implica, sin embargo, un intento de construir la representación de la identidad local o la revaloración de la cultura indígena en torno a su figura, como parece ser el caso en Andahuaylas, donde Arguedas nació pero no vivió, y sobre la cual no escribió [9]. En 1997-98 Arguedas no era símbolo de puquianidad ni era emblema de la indianidad o multiculturalidad que otorga respaldo y legitimidad a proyectos de lucha contra la injusticia y discriminación. Aun hoy que Arguedas cobra mayor importancia, el liderazgo de su figura y su significado para los puquianos no es tan claro o unívoco.
Los puquianos no se identifican a través de Arguedas ante otros o el país. Para afirmar su identidad común o reivindicar sus derechos ellos recurren a otros discursos y símbolos, con los que la obra de Arguedas, sin embargo, está relacionada. Pero no recurren al propio Arguedas. Celebran al Señor de la Ascensión y se reconocen en la fuerza o imbatible voluntad de los cuatro ayllus indígenas sobre los que se organiza la unidad de los cuatro barrios de Puquio. Su organización y autonomía representa la reserva moral que se enfrenta al abuso y subyuga a los foráneos. Estos son temas que Arguedas recoge en los trabajos por los cuales es conocido y criticado. Pero el rediseño del espacio urbano puede ser ocasión para mostrar la ambigüedad que hay en la relación de los puquianos con los símbolos e ideas que Arguedas representa.
En 1997, en medio de una fiebre de obras públicas, el Consejo Municipal decidió remodelar la plaza del barrio de Pichqachuri que Arguedas hiciera famosa en la novela Yawar fiesta, por lo que el Consejo consideró apropiado dedicársela. La remodelación incluyó una pileta especialmente diseñada en honor a su obra y, en particular, de la imagen de Puquio que ella perpetúa, según el consenso general de las autoridades municipales de la ciudad. La plaza era pues el más reciente reconocimiento al hombre que logró prestigio nacional escribiendo sobre la vida en las provincias andinas y en Puquio. Y también era para los líderes municipales la ocasión perfecta para ponerse a tono con los discursos políticos nacionales, liberales e inclusivos que se sumaban a la soterrada presión local por reconocer públicamente el cambio social en curso y el aporte indígena a la sociedad puquiana. Honrar la obra de Arguedas remodelando una plaza en el que se considera el barrio más indígena del pueblo, permitía apropiarse del espacio modernizándolo, y reelaborar el símbolo que a través de la presencia indígena representa el espíritu independiente y la fuerza de la comunidad puquiana ante un mundo nacional que la desconoce e invisibiliza [10].
Una escultura sobre la pileta muestra la lucha entre un toro y un cóndor. Parece así aludir al motivo central de la novela: la corrida de toros; y al igual que ella ensalza al toro. Pero esta representación deja poco satisfechos a algunos puquianos que sostienen que la corrida de la novela carece de cóndor y que, por lo demás, el cóndor no ha sido parte de las corridas en Puquio, por lo menos no en el siglo XX. En cambio, advierten, el torero de la novela, ausente en la pileta, sí es una tradición actual puquiana.
Es cierto, la corrida de Yawar fiesta no incluye a un cóndor. La escultura que el municipio encargó no puede, entonces, representar la corrida, pero sí los temas presentes en el argumento de la novela. Es decir, el carácter indígena del pueblo al que se hace honor en la plaza de uno de sus ayllus, el enfrentamiento entre los mundos indígena, andino y nacional, la vitalidad del primero y su capacidad de sobreponerse a los intentos de desaparecerlo, e incluso el orgullo mestizo, y hasta criollo, de los vecinos de los barrios de Puquio, que significativamente se muestra con ocasión de los éxitos de la tenacidad y valentía de los ayllus indígenas. Podríamos decir, incluso, que, como la pujanza puquiana se atribuye a la presencia de los ayllus o comunidades indígenas, el escultor tiene que ir más allá de cualquier fidelidad a la letra del texto y recurrir a la tradición popular indígena presente aún en otros pueblos de la provincia que representa aquel enfrentamiento indígena-criollo en la lucha entre el cóndor y el toro [11]. Arguedas no ignora la fuerza de esta tradición, la hace evidente en solo un párrafo que la da por desaparecida 20 años antes del tiempo en que la novela narra los esfuerzos civilizadores de un gobierno central que intenta afirmar su poder prohibiendo lo que queda de la participación indígena en la corrida: a los propios indios que traen y enfrentan al toro. Aunque la corrida de la novela no tuvo cóndor, el estilo indígena de torear se impone finalmente en ella, para felicidad y como gesto de autoafirmación de todos los sectores locales, indígenas, terratenientes y residentes [12], detractores o no de las “salvajada” indígena o local, frente al poder del gobierno central y foráneo. Reponer al cóndor sobre el toro en la pileta podría sentirse como el intento indígena de recuperar protagonismo, o un gesto de afirmación y reconocimiento de la identidad local en la imagen poderosa de la tradición indígena.
Quienes reclaman la presencia del torero o la eliminación del cóndor visten de fidelidad al texto de la obra su disgusto o incomodidad ante lo que consideran una relegación de criollos y mestizos, y un sobredimensionamiento del valor de la presencia indígena en la representación edil de la comunidad puquiana. Confunden o ignoran que la obra representada podría no ser la novela Yawar fiesta, sino el cuento Yawar (Fiesta) [13], escrito con anterioridad en el cual, al igual que en novela, Arguedas describe el entusiasmo general que produce el éxito de la resistencia que las comunidades indígenas oponen a la corrida con torero profesional que los condena a perder el protagonismo en la producción de la identidad local. En aquel cuento los comuneros realizan también una expedición a las montañas, pero no a cazar al toro, sino al cóndor. Y la corrida ocurre también en un lugar cerrado que debe mantener a los indios afuera, esta vez un mercado mandado a construir en Chaupi, el cual termina también rebasado de indianidad. Es el cuento “Yawar” , y no la novela —aunque probablemente esté fundido con ella— ni el autor, el que en todo caso recoge y elabora para los puquianos el motivo (símbolo) donde fijan la representación de las contradicciones locales sobre las que triunfan los puquianos a través de la afirmación indígena [14].
Puquio no era en 1997 más el pueblo señorial que disfrutaba de la corrida indígena [15], ni el modernizado [16] en el que se lucían los toreros. En Puquio los grandes ganaderos han desaparecido y aumentan ahora otras gentes. Las comunidades indígenas, en cambio, persisten aunque el campo se repliegue y sus hijos migren o se integren a nuevos sectores sociales: pequeños comerciantes y empleados públicos. Los sectores medios se volvieron los más importantes y están formados en creciente proporción por foráneos y por población de origen indígena y mestizo local que conserva la memoria del estilo de vida de los ganaderos y gamonales. Ellos buscan hoy reconocimiento y legitimidad a través del mito de la identidad de los cuatro ayllus y barrios de la ciudad en que se representa la unidad de los puquianos, y últimamente en los recientes discursos interculturales. La corrida ha sufrido un nuevo cambio. No son las comunidades las que brindan el cóndor o el toro, ni tampoco los vecinos poderosos. La corrida la organiza ahora el municipio que contrató la pileta de Pichqachuri, pero sigue siendo el evento en que confluyen todos los sectores sociales a admirar el brío del toro.
IV
Si bien en Puquio son evidentes el reconocimiento público del narrador y la voluntad de apropiarse de los símbolos y temas que desarrolla, el autor mismo no es un emblema de la puquianidad. Igualmente la transformación de Arguedas en el héroe cultural que Cornejo Polar describe en 1991 [17] sigue siendo cuestionada o resistida, y hay en cambio otras representaciones del autor.
Cornejo Polar sostenía que mientras algunos lectores y críticos, ultra izquierdistas o ninguneadores, confundían a Arguedas con un autor reaccionario, un defensor de gamonales o de una relación mítica con la sociedad y la naturaleza, otros en cambio, sobre todo los miembros de las clases media y baja que no necesariamente lo han leído, lo reconocerían, por su obra y su vida, como uno de los suyos, un andino sufriente y un símbolo de la historia colectiva del desarraigo y del conflicto del mestizo. Arguedas sería reconocido por ellos como héroe cultural porque en su obra y en su vida parece haber contado una única historia común y un mito: la historia de cómo un hombre puede ser muchos hombres, y una patria todas las patrias. En Puquio el héroe Arguedas tiene muchas resistencias, y su historia otras interpretaciones. Arguedas puede representar para algunos la odisea del mestizo, para otros también la presencia del pueblo en la geografía y cultura nacional, o una autoridad cultural en que respaldar la recuperación de las tradiciones, pero por lo general no es visto como mestizo ni como indio, sino como hijo expósito de la clase dominante local, para unos demasiado sensible e injusto con su clase, para otros verdadera víctima del abuso de sus iguales.
Repreguntadas aquellas personas que no incluyeron a Arguedas en su lista de figuras importantes para la historia local, no tenían ningún problema en reconocer el prestigio del autor. Y cuando les pedía explicaciones sobre quién es Arguedas, relataban la historia de su infancia, como lo hace cualquier otro puquiano. “La hechura de la madrastra” es una de las imágenes más poderosas y populares sobre José María Arguedas. Fue el propio Arguedas quien la propone para explicarse cuando se presenta diciendo “yo soy hechura de mi madrastra” y relata a continuación la historia del niño rechazado que duerme en unos pellejos en la cocina y es acogido por el cariño de los peones indígenas de la hacienda [18]. Diría que en Puquio Arguedas es más conocido por esta historia autobiográfica que por sus obras que más bien se leen poco [19].
Si bien la historia de la infancia surge siempre que se habla de Arguedas, los puquianos adoptan por lo menos dos posiciones respecto de ella: la aceptan o la relativizan. En la interpretación más popular, la que con mayor frecuencia usan los profesores en el colegio, esta historia autobiográfica permite explicar los grandes problemas de su obra y biografía: el íntimo conocimiento del mundo indígena, de la marginación y el abuso, y los traumas de inseguridad que animan al escritor maduro y lo conducen, finalmente, al suicidio. En esta interpretación todos sus problemas son remitidos en última instancia a la madrastra y con ella a la comunidad de sus pares, y a su propia familia, que fracasa en reconocerlo como un igual.
Existe, sin embargo, otra interpretación, que, en la línea de su hermano Arístides, duda de la exactitud de los hechos o, en la de Vargas Llosa, duda de la pertinencia de la interpretación. Esta interpretación descalifica la historia atribuyéndola a las fantasías que resultan del resentimiento o la hipersensibilidad de un niño que magnifica comportamientos naturales comunes y corrientes. Los pares locales de Arguedas lo sienten demasiado familiar como para entender por qué Arguedas no es visto simplemente como un majadero demasiado sensible, y sí como una víctima del estilo de vida autoritario y discriminador en el que, además, todos están demasiado comprometidos. Comparten la idea de que ya saben lo que hay en los libros y no necesitan leerlos porque después de todo es su propia historia la que cuentan. Conocen las situaciones y los personajes, pero no pueden comprender ni aceptar que la defensa que Arguedas hace de las poblaciones indígenas los coloque a ellos en el banquillo de los acusados. Según esta mirada ni el mundo era tan malo, ni Arguedas un santo, ni ellos tuvieron nada que ver con la infelicidad del niño u otras personas como él.
La polémica sobre la verdad de la interpretación arguediana se sitúa entonces en el intento de dilucidar la realidad de los hechos de su biografía. ¿Cómo establecer la verdad de los hechos? Quienes lo conocieron recurren para ello a sus propios recuerdos y tienen una imagen fundada en su relación con el autor, en su propia experiencia del medio social que compartieron y a veces también en las obras que leyeron. Los demás solo pueden recurrir a las obras y trozos autobiográficos, que sin embargo se leen poco, a los expertos y maestros que enseñan resúmenes de la biografía y obras que lo hicieron notable y polémico, y sobre todo a las versiones que circulan de boca en boca. En Puquio esas versiones incluyen el testimonio, es decir los recuerdos que puedan estar en la memoria de sus respectivos familiares, amigos o otros habitantes del lugar que adquieren entonces el peso de la verdad fundada en la experiencia y cuya verosimilitud puede ser evaluada por la autoridad que se le confiere al informante o desde la propia experiencia.
Debemos recordar que aunque Arguedas vivió solo un año en Puquio, donde asistió a la escuela del profesor Bendezú, pasó seis en la zona, a la que volvió posteriormente durante los años 50. Quedaron sus familiares, compañeros, dependientes y allegados, y sus descendientes. De este modo aún hoy podemos encontrar en Puquio algunas personas que lo conocieron, y mucha más gente que escuchó historias sobre él y su padre de personas en las que confían o respetan: sus propios familiares que recuerdan haber conocido a alguno de los personajes de la historia.
El paseo escolar que, a veces, organiza el o la profesora para conocer la hacienda Viseca adonde Arguedas huyó del hermanastro que lo maltrataba, o también la tarea escolar de investigar la biografía que lleva a algunos a entrevistar a quienes todavía tienen alguna memoria de Arguedas trae a veces sorpresas en boca de quienes hablan con la autoridad de la experiencia propia o cercana. Para algunos escolares es reconfortante encontrar en estas versiones confirmación de lo que se dice en su casa sobre el autor, sobre todo cuando esta no coincide con la versión propuesta desde la autoridad del profesor o los expertos.
Asombra descubrir que el niño que se convierte en el adulto lúcido con un fino sentido del humor, habría sido, más bien, un niño majadero y llorón, según cuenta un comunero de San Juan mientras señala la piedra donde solía llorar. O que le decían sonso, según recuerda haber escuchado otro campesino de Utec, comunidad a la que ahora pertenece la hacienda Viseca, por ser muy lento aprendiendo y necesitar que alguien, justamente un familiar del informante, lo ayudara a repasar las primeras letras. Pero le emocionaba el canto de los indios, dicen, aunque un familiar recuerda que en Viseca cantar era una actividad familiar: era su tía quien convocaba a los indios al buitón a cantar. Quienes se detienen en el tema coinciden en que este niño más bien lento, fue hipersensible, y se molestaba o admiraba con cosas que todos esperaban que tomara como naturales o insignificantes.
Más allá de cuáles fueran las causas sociales o médicas de la hipersensibilidad me parece clave para la interpretación de los testimonios que los recuerdos locales identifiquen esta peculiaridad de su personalidad. Ellos no dicen que Arguedas inventara eventos inexistentes, sino que los apreciaba de una manera inusual, diferente a la normal o esperable entonces. Él los veía con una sensibilidad más cercana al actual rechazo al racismo antiindígena —y a la violación de la dignidad de las personas que la Comisión de la Verdad y Reconciliación llamó vergüenza y deshonor— que al sentido común de la época.
Una de las áreas en que Arguedas habría sido demasiado sensible era en su relación con la madrastra y con su hijo. La Sra. Grimanesa, su madrastra, no habría sido mala; era en realidad una buena persona, según la recuerdan algunos descendientes y amigos de la familia. Recogió a los hijos de su marido y los llevó a San Juan. Notemos que Arguedas no siempre pinta a la madrastra como mala. En el cuento “Cayetana” describe al hijo del juez protagonista de la historia en brazos de la madrastra. El malo era su hijo, Pablo Pacheco, hijo de otro terrateniente de San Juan, que estaba celoso y hasta le echaba sal a la sopa del padre de Arguedas. Según dicen en Puquio y San Juan, Pablo siempre fue abusivo y violento, aunque quizá solo algo más que lo normal en otros terratenientes de San Juan entonces. Eran épocas en que nadie protestaba, aclaran, había que aceptar nomás. Solo recientemente y con muchas dificultades empieza a resistirse con algún éxito y legitimidad el abuso de quienes ocupan posiciones de autoridad como maridos que golpean a sus esposas o maestros que violentan a sus alumnas.
Doña Grimanesa, según algunas versiones, era buena y recta con sus peones, aunque, a veces, tenía carácter fuerte y violento como cuando echó a Don Víctor Manuel de su casa a punta de pistola después de encontrarlo con otra mujer. Don Víctor Manuel se echó a perder, comenta otra persona, se dedicó a la bebida y todos lo abandonaron. Solo la Sra. Grimanesa lo recogió cuando enfermó y lo cuidó en sus últimos días. El registro de defunción en el libro de la parroquia dice que se lo sepultó como indigente. ¿Dónde estaba José María?, preguntan, protestando porque un hombre famoso no acudiera a atender a su padre. No siempre recuerdan que José María tenía entonces 18 años y era un estudiante desempleado en Lima. Como tampoco mostraron mayor rechazo a que un niño duerma en la cocina. No será el lugar de mayor prestigio de la casa, pero es el más caliente y está cerca de quien lo cuida. Aún hoy los niños menores de quien tiene los recursos para hacerlo, son encargados al cuidado de dependientes de la familia. Los cargan a veces a la espalda, los mantienen cerca mientras trabajan, e incluso los llevan consigo a sus casas, siempre en la conciencia del poder o autoridad de su progenitor, a quien deberán rendir cuentas. Estos dependientes son los más cariñosos y serviciales, y atentos a lo que consideran debilidades o deficiencias del trato que los niños reciben de sus padres. Aunque los han encargado a otros, los padres no los han abandonado y siguen siendo en última instancia los responsables del trato que reciben los niños. En condiciones de respaldo familiar la cocina no tendría por qué ser un sitio terrible ni degradante para el niño de la familia. ¿Por qué pensaba Arguedas que no lo respaldaban?
V
Todo entrevistado empieza su relato sobre José María Arguedas contando o comprobando que fue el hijo del Sr. Juez, a quien algunos describen como un señor blanco imponente, y entenado de Doña Grimanesa Arangoitia viuda de Pacheco, la mayor propietaria de tierras de San Juan. El hijo del asistente de su padre recuerda que alguna vez recogieron lechugas en la huerta que su padre tenía en el barrio de Chaupi, mientras el padre de Arguedas atendía a los indios en su despacho de abogado. Aunque don Víctor Manuel inició su carrera en Puquio como juez, luego ejerció como abogado. En el archivo del juzgado se pueden ver los pleitos que condujo, muchos de ellos en nombre de su esposa la Sra Grimanesa Arangoitia. Según otros pobladores de San Juan, don Víctor Manuel incitado por su esposa, no solo logró defender las propiedades de esta, sino también expandirlas apropiándose de los bienes de quienes trabajaban con ellos, como por ejemplo del molino de su abuelo. Muchos en la sociedad puquiana no lo veían con buenos ojos, pero don Víctor Manuel en realidad era bueno, aclara el compañero de juegos, y se dedicó a defender a los indios. Y eso empeoró su situación después de perder el cargo de juez y de que la relación con su esposa se deteriorara, pero, según el compañero, al niño no lo fastidiaban.
Es decir, las personas en Puquio, San Juan o Utec se relacionan con Arguedas ubicándolo primero con claridad en la clase social a la que pertenecían él y su familia, y en el lugar desde el cual entienden que el propio niño se puede relacionar con su entorno. Siendo la cocina un lugar del servicio, no es sin embargo el más marginal en un hogar ni tampoco un lugar sin jerarquías y diferencias. Al personal de la casa y la cocina, a mestizos e indios en cualquier lugar, no se les ocultaba la ubicación social, simbólica y efectiva de Arguedas. Era el hijo del Sr. Juez, pero este era un personaje que pierde prestigio y poder cuando pierde el puesto de juez. Era también el entenado o el sobrino de terratenientes locales de gran prestigio ante quienes ellos debían responder. No podían tratarlo como a un igual. El peso de una cultura jerarquizadora y discriminadora era aún en 1997 tal que las campesinas imaginaban que el cuerpo de las personas de clases sociales diferentes es también diferente dado que entendían que “la comida de indios no es para usted señorita, le va a hacer daño al estómago”. Trataban pues a Arguedas y a su hermano con el cuidado y atenciones que correspondían al prestigio de su ubicación social, al cariño o pena que tenían por el niño según cómo juzgaran el trato que recibía, y quizá también de acuerdo a su rencor o miedo de la autoridad, haciéndole así saber siempre quién era él.
En el cuento “Cayetana” Arguedas describe, con esa sensibilidad desgarrada que lo caracteriza, la manera como una relación socialmente demandada de sumisión a la autoridad que el padre encarna, y exagerada deferencia por el niño que también la representa, se puede volver una relación degradante y violenta para quienes sienten afecto y se identifican. El hijo de un ganadero de Lucanas, alto funcionario del gobierno en los ‘90, sostiene que como Arguedas él también recibió del capataz, un indio bajo cuyo cuidado su padre lo puso hasta que partió al colegio en Lima, lecciones sobre el mundo indígena que empieza a comprender solo ahora que le son de gran utilidad práctica. El indio lo quería, según pudo darse cuenta al despedirse. Sobre sus afectos mas bien no llegué a saber. En cambio, el hijo ilegítimo de otro importante propietario de Puquio recuerda el rencor que cultivaba mientras escuchaba a las mestizas que lo cuidaban decir, cuando enfermó de niño, que sería mejor que se muriera y así dejara de sufrir, por ser ilegítimo, el descuido y rechazo de gente como su madrastra, su padre y los curas. También una hija ilegítima aprendió sobre diferencias y rechazos, aunque no trabajos pues vivía con su madre, a través del trato que los empleados de su familia le daban. Cuenta aún hoy dolida que los indios la invitaban a sus fiestas y procesiones pero cuidaban y atendían más a su medio hermana, rubia e hija legítima, que a ella, a quien dejaban caminar sin cargarla o invitarle algo de comer. Así, si Arguedas conoció del mundo indígena y de sí mismo desde la cocina, lo hizo desde un lugar donde era para todos el hijo del juez y el entenado de la terrateniente más importante de San Juan y si acaso un niño relegado o abandonado de su propia familia, siempre un personaje más importante y diferente.
También el Arguedas adulto es visto por los puquianos como una autoridad aun cuando no compartan sus opiniones, y es visto como una autoridad aun mayor cuando los reconoce en la calle, los acoge con afabilidad, les dedica tiempo para conversar, beber o cantar y acompañarlos a casa; y por supuesto cuando los apadrina ayudándolos a resolver emergencias laborales o de salud, o indicando las estrategias musicales que deberán seguir. Arguedas tampoco confunde su identidad, él sabe quién es: el hijo del juez del cuento “Cayetana”, el niño misti que se queda “avergonzado fuera de la ronda de los indios” de “Warma Kuyay”, un indígena del Perú, pero no un indio según sus cartas. Desde esta perspectiva, no me parece acertado sostener que Arguedas tuviera un problema de falta de identidad. Había en él, como en todos los miembros de la sociedad estamental que lo rodeaba y se lo hacía saber, una clara conciencia del lugar y privilegios que le corresponden por nacimiento o ubicación social. Había más bien un exceso de identidad.
El problema es de reconocimiento y sensibilidad. Es decir, de la relación que los demás establecen con la persona. A Arguedas le duele, de una manera que sus pares no comparten, la forma como estos no aprecian y en cambio maltratan a las personas con las que conviven y a él mismo. Considera que merecen otro trato, pero los interlocutores que entonces no compartían la misma sensibilidad lo llamaban engreimientos.
VI
Aun cuando algunas voces se han alzado para dudar de la exactitud de los hechos de la infancia o de la pertinencia de la interpretación que Arguedas propone, la popularidad de esa representación, y la historia que está asociada a la idea de que es hechura de su madrastra, no cede terreno. Porta la fuerza de la verdad autorizada por el testimonio del personaje, el poder de una imagen totalizadora y la verosimilitud que los interlocutores le reconocen a la situación. En efecto, la historia produce una metáfora del abandono, discriminación y abuso a través de símbolos ampliamente conocidos y compartidos, que además representan una experiencia personal bastante frecuente, por lo menos en Puquio.
La orfandad es considerada la mayor de las desgracias en situaciones sociales donde la seguridad y futuro de las personas dependen de la red social a la que pertenece [20] pues no es al individuo al que se atribuyen los derechos. Huérfanos no son solo quienes han perdido alguno de sus progenitores. La noción de persona carente de los vínculos sociales y seguridad que la presencia del progenitor integraría para él se extiende a aquellas personas cuyos progenitores están separados, y con mayor razón si pertenecen a círculos sociales desiguales y opuestos. Este tipo de situaciones es frecuente.
Por lo menos entre la población no indígena de Puquio era un secreto a voces la generalización de la costumbre masculina de tener más de una pareja simultánea: la esposa legítima y públicamente reconocida y la amante, o una vieja pareja, conocida pero separada y perteneciente a un sector social inferior y limitada en prestigio social. Los niños de estas uniones son numerosos y conocidos. Los padres los recogen con frecuencia temporal y a veces definitivamente en su hogar legítimo, donde les asignan tareas de responsabilidad pero de servicio a la familia exigiendo de ellos mayor laboriosidad y lealtad que de sus propios hijos. Los testimonios dicen por ejemplo que el padre recogió a su hijo (no dice a mi hermano) porque en su casa pasaban hambre y le dio ropa comida y trabajo, pero le pegaba con el látigo cuando lo encontraba sacando comida de la despensa para llevar a su madre, hasta que finalmente lo expulsó por faltarle al respeto fraternizando con su prima. Aunque no haya sido experiencia propia, todos han conocido una situación similar en algún hogar cercano. La queja sobre la ingratitud de estos niños o niñas es frecuente. Sostienen que a insistencia de la madrastra fueron recogidos porque con sus madres carecían de las comodidades que el hogar del padre les puede brindar, y sin embargo luego abandonan a la madrastra y reclaman derechos sobre los bienes que no les corresponden. El hijo o hijastro, varón o mujer, no es pues reconocido como igual, y se hace gala de caridad mientras este niño que tiene más obligaciones que derechos sepa guardar su ubicación inferior.
La idea de la madrastra está asociada en el Perú con la imagen de un agente del abuso y discriminación que convocan a la simpatía y solidaridad con el huérfano. Así la imagen de la madrastra simboliza y evoca rápidamente en los interlocutores un actor responsable en un mundo de relaciones sociales desiguales e injustas, y no solo a la Sra. Grimanesa.
No importa si una madrastra en concreto es buena, si es más bien ella la que fuerza a su pareja a ser equitativo obligándole a comprar zapatos para sus hijastros. La madrastra, como cualquiera, es una persona en un nudo de relaciones de poder y propiedad. Las circunstancias en que puede actuar una madrastra son ante todo sociales y culturales. Se requiere que los hijos o hijas del hogar, o algunos de ellos, no sean suyos sino del marido y que la familia y el hogar estén divididos en dos ámbitos de relaciones y propiedades excluyentes y jerárquicamente relacionados a través de la relación de los padres. También que el poder y prestigio que tiene o que la familia y sociedad local atribuye al progenitor o su esposa tenga incidencia directa en el trato que sus hijos reciben y en los derechos que la pareja, dependientes y otros personajes del entorno les reconocen. Ya en otra oportunidad argumenté sobre la utilidad de detenerse a observar el significado social y personal del padre en la hechura de Arguedas [21] precisamente porque su situación en el hogar —del padre—, y su relación con sus posesiones, miembros y la sociedad local dependen tanto de él como de las fuerzas sociales y culturales que hacen posible y hasta legítimo el trato desigual y los modos en que una mujer puede actuar como madrastra. Estas son las mismas fuerzas que dan forma tanto al lugar y las obligaciones de hijastros o entenados, así como a las percepciones y modos de comportarse de todas las personas en su entorno social y familiar. La sumisión, la deferencia y el esmero, así como la piedad o abuso en el trato de los otros se relacionan con su ubicación en un sistema de relaciones sociales desiguales. La buena madrastra no existe; ni la estructura de la relación ni la imaginación lo permiten. Cuando existe se ha transformado en la mejor de las madres, la que mantiene relaciones armoniosas con todos los miembros del hogar: la pareja, todos los hijos y sus familiares.
Aunque Arguedas haya atribuido su hechura a su madrastra no debe sernos difícil admitir, sin dudar de la veracidad del testimonio, que no debemos tomar literalmente su afirmación. Las razones son varias y de diverso orden. De un lado, nadie nunca es resultado de una sola influencia o circunstancia, sino de una diversidad de ellas a lo largo del tiempo, aun cuando podamos atribuir mayor importancia a algunas de ellas. De otro, el valor del testimonio autobiográfico no siempre reside en la exactitud de los hechos, sino en el sentido que la presentación de ellos ante uno mismo y un auditorio otorga al conjunto de una experiencia vital. Además, debemos esperar de un poeta y narrador como José María Arguedas que conociera que las palabras y aun los conceptos, que los científicos pretenden exactos, encierran mundos y convocan en quienes las leen o escuchan sentidos más amplios que su significado literal o expreso, y que en consecuencia hiciera uso de todas las dimensiones de su poder.
No podemos descartar que más allá de la exactitud o verdad de los acontecimientos puntuales, la alusión a la madrastra y la anécdota que la explica formen parte de la estrategia discursiva con que Arguedas resume y expresa el sentido de exclusión e injusticia que hay en su experiencia, a la vez que logra comunicarse con sus interlocutores en un terreno conocido, convocar la simpatía e indignación, e identificarse con quienes comparten con él situaciones y sentimientos de exclusión. Además, al evocar a su madrastra, Arguedas también pone en evidencia un actor en un escenario de relaciones discriminatorias conocido y general; denuncia el contexto y estructura social en el que tal madrastra es posible, y no tanto al individuo.
Los peruanos también, aun los que no salieron del calor de un excelente hogar, pueden ser vistos como hechura de relaciones jerarquizantes y excluyentes en una familia desigual donde unos son más hijos que otros. Pero si ahora prestamos atención a esta estructura de relaciones y ya no nos parece natural ni correcta, ha de ser porque estamos en condiciones de romperla.
[1] Cornejo Polar, Antonio. 1991. "Arguedas, una espléndida historia". En José María Arguedas. Vida y obra. Roland Forgues, Hildebrando Perez Grande y Carlos Garayar eds., pp. 15-22, Lima, Amaru Editores.
[2] Rivera Martínez, Edgardo. 1991. “Arguedas y el neo indigenismo”. En José María Arguedas. Vida y obra. Roland Forgues, Hildebrando Pérez Grande y Carlos Garayar, p. 71-85, Lima, Amaru Editores.
[3] Vargas Llosa, Mario. 1996. La utopía arcaica. José María Arguedas y las ficciones del indigenismo. México, Fondo de Cultura Económica.
[4] Recordemos que en la Mesa Redonda convocada por el Instituto de Estudios Peruanos en 1965 se consideró incorrecta y dañina para el Perú la novela Todas las sangres y la visión que Arguedas proponía en ella. Se puede consultar la mesa, debates y comentarios en Rochabrun, Guillermo. Ed. 2000. La Mesa Redonda sobre "Todas las sangres". 2a ed. Lima, IEP. PUCP. Fondo Editorial.
[5] Fiske, John. 1997. Reading the popular. London and New York. Routledge. 1 st ed. 1989.
[6] Mariano Salas fue párroco de Puquio y San Juan en 1918, 1927 y entre 1932-1940; y alcalde provincial de Lucanas en 1940.
[7] Arguedas cuenta este episodio en diversas ocasiones por ejemplo en la exposición publicada en Motivaciones del escritor. Arguedas, Alegría, Izquierdo Ríos, Churata. Godofredo Morote Gamboa. Lima: Universidad Nacional Federico Villarreal, 1989.
[8] La novela es Yawar fiesta y el toro se llama Misitu .
[9] Andahuaylas, siendo el lugar donde nació Arguedas, no puede exhibir ninguna mención en su obra, cosa que sí puede hacer Abancay. Ambos pueblos, como tantos otros, cuentan sin embargo con calles, plazas, instituciones o monumentos dedicados a recordar al autor y su obra. Andahuaylas además tiene un activo movimiento de reivindicación de los valores culturales locales que se reconoce en la vida y obra de Arguedas y que organiza por ello eventos en torno a la memoria de Arguedas para los que logra la colaboración del municipio, los maestros y otras entidades desde locales hasta internacionales. El hecho más reciente en la relación del pueblo con Arguedas fue el irregular traslado de sus restos a Andahuaylas.
[10] Es de notar la paradójica dinámica de visibilización y a la vez invisibilización del indígena que la plaza de la comunidad indígena y barrio urbano de Pisquachuri revela cuando, remodelada, empieza a ser conocida como la plaza Arguedas. La Comunidad de Ccallao perdió su plaza de modo similar cuando esta se transformó, gracias a la remodelación auspiciada por el ejército, en la plaza Bolívar.
[11] Ver sobre el tema Fanni Muñoz, 1984. “Cultura Popular: el Turupukllay: corrida de toros con cóndor”. Tesis en Ciencias Sociales PUCP.
[12] Arguedas distingue cinco grupos indígenas, terratenientes tradicionales, terratenientes nuevos, mestizos (empleados, artesanos y pequeños comerciantes) y los emigrantes que regresan de Lima para la fiesta.
[13] “Yawar (Fiesta)” fue publicado originalmente en 1937 en la Revista Americana de Buenos Aires N° 156, Buenos Aires, Argentina.
[14] También fue este cuento, y no la novela, el texto escogido para proporcionar el marco significativo a la danza que ganó el 2003 el concurso de danza folklórica que anualmente organiza el Instituto Superior Tecnológico de Puquio entre sus alumnos.
[15] Las comunidades brindaban los toros que los comuneros toreaban.
[16] Los ganaderos brindaban los toros.
[17] Cornejo Polar, Antonio. 1991."Arguedas, una espléndida historia". En José María Arguedas. Vida y obra. Roland Forgues, Hildebrando Perez y Carlos Garayar eds., pp. 15-22, Lima: Amaru Editores.
[18] Cabe recordar los versos de la canción que Alicia Maguiña le dedica. La otra imagen con la que se asocia a Arguedas con mucha frecuencia es la de su suicidio, el cual es considerado por muchos resultado de los traumas de la infancia.
[19] También en Puquio la novela más leída es probablemente El Sexto, que se puede encontrar en los bazares o en el piso entre la folletería de los vendedores ambulantes de libros.
[20] El huaccha en el mundo andino mestizo o indígena es símbolo de excluido pues carece de lugar o comunidad de pertenencia.
[21] Rivera Orams, Cecilia. 1995. “La familia: la perspectiva de los niños. Un intento de interpretar las ausencias del padre en la infancia de José María Arguedas”, p. 417-433, En El Perú frente al siglo XXI. Teófilo Altamirano [et al.]; editores Gonzalo Portocarrero, Marcel Valcárcel. Lima, PUCP. Fondo Editorial.
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