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La universidad según Arguedas
Julio César Alfaro Moreno

La universidad según Arguedas

 

 

 

Julio César Alfaro Moreno[1]

 

 

 

 

 

Uno de los aspectos de Arguedas poco trabajados por los estudiosos de su vida y obra es su vocación y práctica de reformador de la educación. Arguedas trabajó como educador en todos los niveles: escolar, superior pedagógicos y universitario. En todos, fue autor de importantes propuestas para reformar los contenidos y la dinámica.

 

Esta ponencia se propone develar las ideas de Arguedas respecto al quehacer universitario, especialmente de la Universidad Nacional Agraria La Molina, donde se desempeñó como docente y Jefe del Departamento de Ciencias Humanas hasta sus últimos días.

 

Hemos consultado sus textos sobre temas de educación y también realizado entrevistas a ex alumnos y ex profesores de la Universidad que compartieron con él la cátedra universitaria y al mismo tiempo fueron sus amigos. Entre los ex alumnos podemos citar a Alfredo Stecher, Alberto Gonzáles, Edmundo Murrugarra —quien también compartió con él la docencia—, Rosa Guerra y Andrés Solari Vicente. Los ex profesores son Alberto Ratto,  Azril Bacal, Jaime Llosa, Miguel Reynel, José Carlos Fajardo y Carlos Samaniego. Todos fueron entrevistados personalmente, salvo Solari, Guerra y Fajardo que respondieron preguntas a través del internet pues viven fuera del país.

 

También fue muy útil la entrevista que hicimos a su discípula, Rosa María Salas, quien recordó sus dotes de docente en la actividad musical, una de sus pasiones. Quedó como un reto encontrar el contenido de sus conferencias sobre la universidad peruana en Arequipa y Puno.

 

El contexto socioeconómico y cultural de la UNALM en la década de los 1960, cuando  Arguedas enseñaba, fue turbulento y marcado por los cambios. La Universidad reflejaba lo que estaba pasando en la sociedad.

 

En dicha década se constata la emergencia de los migrantes andinos y la importante iniciativa de las clases medias para participar en la vida política e intelectual. Se hace visible asimismo el interés de la clase alta por apoyar la modernización de las haciendas de la costa mientras diversificaban sus inversiones en el sector comercial e industrial urbano.

 

La población andina y amazónica, especialmente de la selva alta, intentaba incorporarse con mejores ventajas en la vida económica y social a través de las invasiones de las haciendas tradicionales de la sierra. Los enormes desplazamientos de agricultores andinos y amazónicos hacia las ciudades de la costa, especialmente Lima, y su cada vez más masiva incorporación en las universidades públicas, como la nuestra, era canalizada únicamente por los grupos de la izquierda radical.

 

 

COMENZABA ASÍ EL PROCESO SE DIO EN LLAMAR DE CHOLIFICACIÓN

 

Las clases medias se unían a la cátedra universitaria asumiendo posturas críticas de diferentes grados de radicalidad. Los modernizantes apoyaban a las haciendas de la costa, interesados en la mejora tecnológica de la universidad. Los académicos ponían de relieve los nuevos procesos como la marginalidad de los nuevos pobres del Perú que invadían las ciudades, destacando también la pujanza de las movilizaciones campesinas. Los humanistas, que apoyaron en buen número el Gobierno de Velasco, defendían la propiedad social y las cooperativas mientras que los izquierdistas cuestionaban el capitalismo agrario que sobrevenía con las invasiones o la reforma agraria y se oponían al autoritarismo de Velasco. Se agrupaban en dos grupos. El más fuerte era Vanguardia Revolucionaria (que formó el Movimiento de Unidad Estudiantil, MUE 1) y el menos fuerte el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MUE 2), conformado por algunas estudiantes y profesores independientes.

 

Todos los grupos tuvieron cuadros profesionales de primera línea que influyeron en la vida nacional en forma significativa. Confluyeron en la universidad con el interés común de llevarla a la universidad a la máxima excelencia aunque se vieran separados por puntos de vistas y rasgos culturales diferentes.

 

El gran movimiento de los migrantes y de las clases medias al interior de la universidad contrastaba con la acción de los representantes de la clase alta, aliados a los grupos modernizantes. Ellos trataban de mantener los más importantes puestos de la Universidad y los privilegios obtenidos dentro de ella por tradición, aun cuando las mismas haciendas modernas no tuviesen mucha idea de cuál era su misión dentro del ámbito universitario.

 

Alberto Ratto nos dijo que los hacendados no vieron con mucho interés la transformación de la Escuela Nacional de Agricultura en la Universidad Nacional Agraria La Molina en 1960. La preferían como una entidad de recreación y difusión tecnológica que servía para mandar a sus hijos a las mejores universidades del mundo. Crear una universidad con aspiraciones científicas les parecía riesgoso y complicado. Solo los grupos de clase media que apoyaban a estas haciendas o trabajaban en ellas tenía un interés claro en la transformación.

 

Más bien, como recordó Edmundo Murrugarra[2], eran los inversionistas extranjeros, básicamente norteamericanos, los que veían con buenos ojos que la universidad se dedicara a investigar ciertos cultivos como el maíz híbrido y la actividad forestal, en detrimento de la papa, el trigo y los lácteos que tradicionalmente se importaban en la costa. Vale como prueba el importante apoyo económico y de asesoría técnica que brindaron la Agencia Internacional de Desarrollo de los EE.UU. (USAID), las Fundaciones Ford y Rockefeller y la FAO de las Naciones Unidas[3].

 

La vida de Arguedas dentro de la Universidad comprendió los años previos al gobierno reformista del general Velasco, que en 1969 decretó la reforma agraria bajo una modalidad mucho más radical de la que tenían prevista los representantes de las haciendas modernizadoras como los mismos grupos de izquierda. Las reformas de Velasco hicieron más complejo el panorama dentro de la universidad.

 

En el libro que escribió sobre la historia de la Universidad a raíz de sus 100 años (1902-2002)[4], Orlando Olcese recuerda que La Molina había entrado en una fase de tremendos cambios desde que se convirtió en universidad en 1960. Se crearon nuevas especialidades y facultades como Forestales, Ciencias y Educación Rural. Además, se puso en práctica un manejo gerencial de la gestión de la universidad, que se unió al currículo flexible y el apoyo modernizador de los organismos internacionales. 

 

La universidad se convirtió en un escenario complejo donde intercatuaban actores de procedencia diferente. Esto ocurría en el ámbito de autoridades, profesores y alumnos y hasta en el de los trabajadores no docentes, asentados en parcelas dentro de la universidad. Preocupadas por la posibilidad de que nuevos migrantes se establecieran en las casas-parcelas, las autoridades universitarias hicieron el trámite para trasladarlos a una urbanización cercana, la llamada MUSA.

 

Aunque era unánime el interés por mejorar, la convivencia de actores sociales tan diferentes dio lugar a un clima muy tenso. Los grupos de izquierda, legítimamente asistidos por un afán de cambio, mostraban con todo una polarización que dificultaba el diálogo genuino. Lo mismo sucedía con los grupos vinculados a los hacendados, reacios a los cambios y además cargados de prejuicios étnicos y sociales contra los migrantes andinos y amazónicos que habían ingresado masivamente a la Universidad.

 

Frente a esta situación, la posición de Arguedas era ambigua. Por un lado, admiraba la gran pasión de cambio de los grupos de izquierda pero disentía de sus posiciones de choque. Reconocía también el enorme esfuerzo de la universidad por mejorar su vida académica, cultural y política, pero al mismo tiempo deploraba que los migrantes y los más humildes estuviesen relegados. Pese a ello creía que era posible mejorar su situación. Olcese, rector en ese entonces, caracteriza a Arguedas de este modo:

 

“... Quizás por el hecho de que (Arguedas) siendo un hombre de paz no podía aceptar la violencia que preconizaba la izquierda—” (p. 572).

 

Arguedas había entrado a la UNALM en 1962, contratado a tiempo parcial, y en 1968 había sido nombrado profesor a tiempo completo. Veremos que en ese lapso presentó una importante propuesta del deber ser de la universidad.

 

 

1. LA ACTITUD ANTE LA UNIVERSIDAD Y EL PAÍS

 

 

Lo primero que salta a la vista en la carta de despedida de Arguedas es su tremendo amor por la universidad en general y la Universidad Nacional Agraria La Molina en particular. Él quiso que su cuerpo cayera dentro de la Universidad y explícitamente señaló qué lo sentía pertenecer a ella. “... Mi casa de todas mis edades, es esta la Universidad”... ... “Todo cuanto he hecho... pertenece al campo ilimitado de la Universidad...”[5], escribió Arguedas en dicha carta. Por ello pide a la Agraria acompañar su cuerpo con este espíritu:

 

 

“... Mantener e incrementar la fe en nuestro país y su gente...”[6].

 

Este es el principio que había guiado todas sus novelas y ensayos antropológicos, pese a la tremenda crisis vivida en su tiempo, extendida hasta hoy.

 

El ex profesor Azril Bacal señala que Arguedas estuvo muy influenciado por el movimiento estudiantil de Córdova que sostenía que la universidad es un centro de investigación y de enseñanza creativa y recreativa de la verdad al servicio del pueblo. El movimiento enfatizaba también su carácter de comunidad participativa de profesores, alumnos y trabajadores. Estos principios fueron recogidos por Arguedas y ampliados por él.

 

Hemos encontrado tres aportes o inquietudes novedosas.

 

 

2)  LAS INQUIETUDES DE ARGUEDAS EN EL QUEHACER UNIVERSITARIO

 

 

2.1 La primera inquietud: Servir al pueblo promoviendo la interculturalidad  dentro del
      sistema universitario

 

 

Servir al pueblo dando a conocer e incorporando los contenidos de la cultura andina al

sistema  universitario, sin negar el valor de las otras culturas. Al contrario, estar muy atento para recoger lo mejor de sus contenidos para desarrollar la propia cultura.

 

Todos los recursos de la universidad debían ayudar a este fin: las clases, los trabajos de campo, las actividades culturales, las investigaciones, las conversaciones y diálogos, las sesiones en el Consejo de Facultad.

 

Alberto Gonzáles, presidente de la Federación de Estudiantes en los últimos años de Arguedas, sostiene que Arguedas veía la universidad como un centro de educación abierto, donde el interés por la verdad estaba por encima de las fronteras ideológicas. No coincidía, por ejemplo, con los ataques de los estudiantes revolucionarios al rector Olcese, quien había firmado un acuerdo con los supermercados, poniéndola —según ellos— al servicio de una empresa capitalista. Arguedas conversaba con todos los sectores sin excepción. 

 

Incluso se aliaba con profesores con diferentes perspectivas para hacer estudios en las comunidades campesinas. Arguedas consideraba la diferencia una vía para el conocimiento de la verdad.

 

Rosa María Salas, especialista en música, señala lo siguiente:

 

“... su objetivo fue acercar a las personas que no conocen la cultura andina mediante metáforas, a fin de que sientan esta sensibilidad. Él les decía a los músicos que tenían que cantar sus canciones a gente de todo tipo, incluso con mayor razón si las rechazaban. Él quería hacer puentes, veía que en un país tan dividido, como el nuestro, era necesario que se percibiera la belleza, la estética y la armonía de las expresiones andinas. Había que hacer un trabajo, como los arqueólogos, capa por capa, hasta llegar a la esencia de la cultura andina, que es la ternura, y comunicarla a las otras culturas...”[7].

 

Jaime Llosa, ex profesor de la universidad, conversó mucho con Arguedas y lo recuerda muy preocupado por que la universidad saliera al encuentro del Perú profundo,[8] tratando de conocer los códigos de la cultura andina, aunque sin prescindir de los aportes de las otras culturas. Arguedas propugnaba la atención a los contenidos éticos y tecnológicos de la cultura occidental que pudieran amalgamarse con la cultura andina.

 

La misma Rosa María Salas[9] nos contó que la organización de Los ríos profundos le debe mucho a las pautas de la música de Bach. Arguedas apareció feliz un día, contando que escuchar a este clásico de la música occidental le había dado las claves para estructurar la novela[10]. El orden de la mentalidad alemana fue muy importante para la secuencia de la narración literaria.

 

Arguedas no oponía la cultura andina a la occidental. Más aun, afirmaba que la cultura andina estaba embebida de elementos importantes de la segunda y admitía que lo criollo occidental también podía lícitamente reinterpretar, a su manera, la misma cultura andina, sin que ello supusiera desvaloración. Los límites estaban fijados, para él, por la matriz de la cultura andina.

 

En Señores e indios afirma otro tanto, haciendo ver que una parte de los señores se había identificado con la cultura andina y había usado nuevos instrumentos musicales para tocar la música ancestral de Puno. Esta posición es muy clara en la siguiente cita:                       

 

“... A tal grado llegó este intercambio y con tan singular conservación    de las fronteras culturales, que en el presente, muchos de los rasgos que caracterizan al indio son elementos españoles, en su origen y forma. Citemos algunos ejemplos: la danza de las tijeras, típica de los Departamentos de Huancavelica, Apurímac y Ayacucho... es danza española...”[11]. 

 

Es cierto que Arguedas intenta amortiguar esta afirmación, citando el texto “Estudios del Hombre” de Ralph Linton que niega que incorporar elementos ajenos altere la matriz de una cultura. Arguedas señala que el sentido colectivista y religioso de la propiedad y el trabajo en el Ande solo podrá cambiar en aspectos secundarios, dejando intacto su núcleo.

 

En esto pudiera ser posible que Arguedas se mostrara indebidamente rígido, pese a que sus estudios del valle del Mantaro, de Puquio y de Huamanga se hubiesen ocupado de resaltar los cambios introducidos por la modernidad. José Carlos Fajardo cuenta una anéctota:

 

“... Pero su curiosidad intelectual estaba frenada por sus fobias, sus recelos, sus inseguridades personales. Se ensañó contra el arpista Florencio Coronado porque consideraba que desvirtuaba el folklore. Solía calificarlo del ‘Ima sumaq del arpa’. En una de nuestras charlas le dije que podía objetarle su mal gusto pero no negarle su afán innovador ya que el folklore no es algo congelado sino cambiante. Otro ejemplo es el disgusto que manifiesta, en una de sus cartas publicadas, respecto a los estudios seguidos por Rodrigo Montoya en Francia. Quería que se mantuviese dentro de una línea etnográfica, por lo que se refiere elogiosamente a Ortiz Recaniére. Es decir se cerraba prejuiciosamente frente a nuevas corrientes...”[12].

 

Pese a todo, hay un saldo claro a favor de la amplitud y la apertura. Esta actitud lo acercó al espíritu universitario, caracterizado también por la flexibilidad, la diversidad y la construcción y transformación permanentes. Sin embargo, esto no lo distraía de su principal interés: apoyar a la revaloración de la cultura andina, reconociendo el valor inmenso de las otras culturas que pueden ser fuente fecunda de inspiración.

 

En el ámbito tecnológico, Arguedas se propuso reivindicar los inmensos aportes de la cultura andina, siendo consciente a la vez que las universidades debían recoger los aportes de la tecnología occidental. Ratto cuenta que cuando fue con él al museo de la Agraria y se admiró de las tecnologías agropecuarias y pesqueras antiguas, se preguntó por qué no se intentaba recrearlas bajo términos modernos.

 

Esto no quiere decir que Arguedas apreciaba todo lo occidental. Él decía que había que incorporar una parte de la cultura occidental. Habría que seleccionar aquello que convergía con la cultura andina y dejar de lado lo que no. Por ejemplo, nunca estuvo de acuerdo con las categorías duales de la cultura occidental: buenos y los malos, mal y bien, equivocado y acertado. Mas bien percibía que dentro de cada uno de los grupos culturales coexisten ambos términos y depende de la visión del mundo, la experiencia y las circunstancias concretas que uno predomine o se practique la convergencia que llamamos interculturalidad.

 

Todas estas ideas son fuente de inspiración para una teoría y practica de la interculturalidad dentro del sistema universitario. Esto significa incluir dentro de las enseñanzas los aportes tecnológicos de diferentes culturas, proponiendo, experimentando y promoviendo la convergencia de diferentes aportes tecnológicos para crear nuevas síntesis tecnológicas. Un avance importante en este sentido es el realizado por un equipo de profesores del Departamento de Ciencias Humanas en el lapso 2000-2002, en el cual generó una metodología para aplicar la interculturalidad al desarrollo. Las propuestas fueron expuestas en un texto publicado por el contrato PRONAMACHCS-UNALM, financiado por el Banco Mundial. En el texto[13] se proponen por primera vez marcos teóricos, metodológicos y procedimentales para hacer efectiva la interculturalidad en las microcuencas andinas.

 

En este sentido, Arguedas debe ser considerado como un precursor de la interculturalidad en el Perú. Así lo reconocimos en el evento “José María Arguedas: Identidad e Interculturalidad” que la UNALM organizó 30 años después de la muerte del escritor y profesor.

 

2.2              La Segunda inquietud: Construir una comunidad universitaria en búsqueda

 

            de una verdad que nunca es absoluta

 

 

La idea de construir una comunidad dentro de la universidad podría parecerse a  los rasgos de nuestras comunidades andinas:

 

-   Horizontalidad dentro de la comunidad universitaria

 

En las comunidades campesinas no existe una jerarquía rígida que impida un diálogo franco y directo. Las asambleas comunales se caracterizan por el aporte de todos. En la Universidad los profesores, los alumnos y los trabajadores intentan adaptar este esquema.

 

La idea de la mayéutica dialéctica[14] fue aplicada por Arguedas en sus clases universitarias. Arguedas se valía de la experiencia de vida de los alumnos para juntamente llegar al conocimiento de la realidad, siempre múltiple y compuesta por diversas facetas.

 

No se partía de verdades absolutas sino de hipótesis que debían ser revisadas y enriquecidas en el diálogo hasta profundizar en la verdad. Esta forma de ver el aprendizaje coincide con las tesis del constructivismo en educación. No existe una verdad previa al diálogo sino una verdad que es producto de este mismo, en una metodología de aprendizaje de menos a más.

 

Es necesario precisar que si bien es cierto esta mayéutica dialéctica puede haber influido en Arguedas, existía una base sólida en la cultura andina que permitía la asimilación. En las asambleas comunales todo es debatido, sin que exista acuerdo previo. Además el hombre andino vive en un mundo cuya inmensa variedad de zonas y pisos ecológicos ya es una medida permanente de cambio y movilidad.

 

Para los comuneros no existen leyes absolutas y sus decisiones agrícolas deben tener en cuenta una diversidad de factores naturales y culturales que solo pueden ser vistos en el diálogo comunitario. La imagen de un andino que “chacha” coca, dándole vueltas en su boca a unas cuantas hojas, se refiere a que cualquier decisión tiene que ser repensada hasta llegar a una conclusión. 

 

Edmundo Murrugarra dice:

 

“... No hay nada más ajeno a Arguedas que el ceremonial académico occidental donde el profesor, trepado en su cátedra o desde su pupitre, señala un conjunto de verdades absolutas, fomentando en los estudiantes una humillante pasividad. Más bien sus clases era una conversación donde cada uno traía elementos sumatorios o contradictorios que se debatían en clase...”[15].

 

La teoría se convertía en un instrumento más de explicación y no en el centro del discurso. Arguedas prefería aquellos elementos tomados de la experiencia de los alumnos, de los trabajos de campo y de lecturas no necesariamente conocidas por él.

 

Más que un pesado marco teórico capaz de recortar la capacidad de observar elementos nuevos en una realidad, se presentaban afirmaciones que debían ser revisadas y pasaban entonces transformarse continuamente. Eran recursos académicos que una experiencia viva con la realidad validaba. Murrugarra concluye:

 

“... un tercio del tiempo lo dedicaba a exponer y conversar alternativamente, un tercio a los trabajos de campo y un tercio a debatir resultados de investigaciones que los alumnos exponían previamente...”[16]. 

 

El método de Arguedas partía de la experiencia para llegar a la teoría y no al revés.

 

En el mismo sentido, alentaba la relación de los alumnos con los propios trabajadores, que poseían pequeñas parcelas dentro de la universidad y así eran trabajadores-campesinos. Inducía a los estudiantes a visitarlos y conversar con ellos para contrastar su aprendizaje con los conocimientos de ellos. Bacal comenta que, dentro de este acercamiento, Arguedas motivaba a los alumnos a preparar cursillos de interés para los trabajadores, como educación sexual, mejoramiento de las plantas, etc.

 

Así la universidad tomaba de los trabajadores su experiencia y sabiduría y les entregaba conocimientos que se vertían en una relación dialogante y equitativa.

 

El diálogo entre los miembros de la comunidad campesina es horizontal y se extiende  también al que se establece con las demás comunidades y la sociedad mayor. Igualmente las relaciones entre los miembros de la comunidad universitaria también se deberán extender hacia el contexto social circundante, en una relación de reciprocidad. Bacal recuerda a Arguedas diciendo que había que ir donde los campesinos, no solo para enseñar sino también para aprender de ellos. 

En ese sentido Arguedas estaba muy conforme con la escuela de cuadros medios que la Agraria organizó en el distrito de Palian y en la comunidad de Pucará de la región central. Los profesores viajaban a otorgar sus conocimientos en un ciclo regular y a su vez aprendían de los diálogos con los campesinos. Eran jornadas de enseñanza que duraban de un mes a tres meses.

 

Jaime Llosa cuenta que la Universidad hizo un convenio con el Ministerio de Educación para capacitar a los profesores de los institutos agropecuarios y los resultados fueron muy limitados. La propia universidad decidió entonces establecer una escuela agropecuaria en comunidad de base, Pucará, a la cual asistían campesinos de toda la subregión de Junín y Huancavelica.

 

En la cultura criolla occidental los jefes (los profesores o autoridades) ocupan los puestos jerárquicos y tienen la última palabra. En las comunidades andinas los directivos comunales son concebidos como los que cumplen los acuerdos de las asambleas comunales, sin excesivo protagonismo.

 

Esta idea de horizontalidad propia de la cultura andina fue recogida por profesores y autoridades y alimentada participativamente en los órganos de gobierno de la universidad y en las clases universitarias. Recíprocamente, las comunidades sin duda incorporaron elementos criollo-occidentales en sus relaciones de poder.

 

-   La reciprocidad a partir de grupos abiertos

 

Se trataba de que la reciprocidad guiara las relaciones entre los diferentes sectores y grupos de la universidad.

 

Arguedas fue ajeno a los grupos cerrados y la división por departamentos o facultades. Al contrario, promovía grupos abiertos en una relación de diálogo con todas las disciplinas, y sus grupos de trabajo siempre fueron multidisciplinarios. Carlos Samaniego, ex profesor, cuenta[17] que él formó parte de un grupo dedicado a un proyecto de estudio de los diferentes géneros musicales del mundo andino. Alfredo Torero fue también convocado como lingüista. Arguedas pensaba incluir a más profesionales de la Facultad y discutir los resultados con todos los profesores en una posición de transparencia y retroalimentación. Lastimosamente, después que el Ministerio de Educación se interesó en el proyecto, lo desaprobó sin ningún argumento sólido.

 

Del mismo modo, elaboró y consiguió la aprobación de dos proyectos, como la recopilación de la literatura quechua y la edición de los mitos y narraciones quechuas, ambos trabajados por equipos multidisciplinarios bajo términos de reciprocidad.

 

En la última carta de despedida Arguedas sostiene que él no es imprescindible y que los miembros de su equipo perfectamente podían sustituirlo y concretar muy bien las tareas que todavía le quedaban por hacer, mencionando los dos proyectos anteriores. Incentiva a la universidad a contratar a profesionales calificados para tales fines, con un espíritu abierto.

 

Parece decir “nadie es imprescindible y todos somos valiosos si somos buenos especialistas y conocedores de los temas que se nos encarga”. Es una postura completamente ajena al clientelismo que ha regido la marcha de las instituciones en el Perú así como al caciquismo que, valiéndose de una lealtad mal entendida, monopoliza cerradamente el poder del conocimiento y las decisiones.

 

A este viejo estilo de dominación colonial Arguedas contrapuso la reciprocidad andina propia de grupos abiertos y unidos por relaciones horizontales.

 

2.3  La tercera inquietud: Descubrir parte de  la verdad a través de aproximaciones
         sucesivas y desde la experiencia

 

Arguedas promovió la percepción de la verdad como un ente con muchas aristas, aspectos y matices, que nunca se terminaba de conocer sino como una parte de la realidad. Por ello había que recurrir a las aproximaciones sucesivas a través de la intuición y de la comprensión.  

 

Había que imitar a los campesinos en su desacralización de la verdad absoluta. Ellos se acercan a una persona que dice la verdad con burlas e incluso críticas abriéndose a una verdad con diferentes aspectos y matices. Y cuando ven a alguien que no dice la verdad, simplemente se encogen y se ponen fríos: “¿¡Cómo Será!?”.

 

En este sentido Arguedas era contrario al positivismo, como apunta Murrugarra. No aceptaba la separación entre calidad y cantidad, entre alma y cuerpo. Si bien es cierto, los hechos pueden ser medidos, no pueden ser comprendidos solo a través de la medición, sino que necesitan de la intuición. Colocarse en el lugar del otro y vivir lo que vive, era en este punto indispensable. Se requería interpretar las cosas y precisar elementos aproximativos de la verdad mediante el valor enriquecedor del diálogo.

 

Jaime Llosa afirma enfáticamente que Arguedas se resistía a adoptar parámetros ideológicos que pudieran limitar su intuición, y dice:

 

“... José María era heterodoxo y decía que por tanto una ideología de cambio no debía crear una nueva intolerancia; hay que partir de la experiencia y de la realidad para ir a la cabeza y no al revés...”[18].

 

En Señores e indios, cuando narra la festividad de la Candelaria de Puno, Arguedas dice:

 

“... Fui a observar y participar, en mi actual condición de profesor de la Universidad Nacional Agraria La Molina, recibí en una invitación de la Federación Folklórica Departamental. Intentaré escribir un ensayo académico sobre el tema...”[19].

 

Había que observar detenidamente antes de hacer cualquier afirmación, sin sujetarse a ninguna influencia teórica o ideológica: penetrar las diferentes capas de la realidad para conocerla, comprenderla y vivirla.

 

Arguedas, así, no puede aceptar que el rector de la Universidad del Altiplano se abstenga de asistir a estas festividades, como reflejo, según el propio Arguedas, de su fascinación acomplejada por las propuestas tecnológicas occidentales de la Universidad Nacional Agraria La Molina. No admite que no sea consciente de los aportes tecnológicos y musicales de su propia tierra.

 

“... Mientras tanto, la capital simbólica de la danza latinoamericana, que es la ciudad de Puno, donde los doctores, los llameros, los enfermos, los industriales y obreros danzan —con excepción del Señor Rector de la Universidad del Altiplano que es un tecnólogo muy occidentalizado...”[20].

 

Ricardo Claverías me informó[21] que Arguedas tenía una posición muy crítica respecto a la copia ciega de los marcos tecnológicos traídos de la capital, donde la propia experiencia tecnológica andina y mestiza queda relegada y sin sistematizar. Arguedas la expresó en sendas conferencias en la Universidad de San Agustín de Arequipa y la misma Universidad de Puno, cuyos textos lamentablemente todavía no hemos encontrado.

 

Con ello, de ningún modo se debe deducir que dejara de lado la tecnología occidental. Para él, la apuesta de la universidad en provincias debía pasar por recuperar el conocimiento local y contrastarlo y fusionarlo con la anterior.

 

Alberto Ratto lo confirma:

 

“... Arguedas era muy responsable y tenía un rigor académico notable. Era un antropólogo intuitivo que veía mucho más que los académicos puros y profesionales especializados y fríos. Sabía ir más allá de las apariencias...”[22].

 

Andrés Solari fue uno de los más importantes dirigentes estudiantiles de Vanguardia Revolucionaria y tuvo una buena amistad con Arguedas. Solari fue el principal redactor del discurso leído por Alberto González en su funeral a nombre de los estudiantes. Solari resume con extraordinaria precisión el espíritu intuitivo y a la vez científico de Arguedas:

 

“... Pude percibir que José María tenía un sentido del asombro intelectual más vasto y profundo de lo que normalmente se le atribuye. Habitualmente se piensa más en un Arguedas escritor, de altísima sensibilidad artística y cultural, y quizás por las bipolaridades de la cultura occidental, menos en un Arguedas que buscaba entender el mundo de manera también racional. Digo esto porque me tocó hablar varias veces con José María de temas que él llevaba necesariamente hacia un plano de análisis minucioso. Habíamos llegado en 1966 de Colombia con Carlos Zárate después de varios meses de estar envueltos en diversos cursos sobre metodología de la ciencia, matemáticas, psicología y antropología que patrocinaban los hermanos Zabala Cubillos en Bogotá con varios profesores de la Universidad Nacional, entre ellos Carlo Federicci Caza.

 

Tuve una primera conversación con José María sobre lo que habíamos estudiado. Él preguntaba y se sorprendía por la atención que ponía en las respuestas. Esa conversación quedó trunca porque debió entrar a una reunión del Consejo de Facultad. Pensé primero que le habría pasado un poco desapercibido el contenido de lo conversado, que tenía que ver con los correlatos matemáticos de la teoría de Jean Piaget sobre el desarrollo cognoscitivo y su aplicación en la investigación en ciencias sociales. Pero había tenido una percepción muy equivocada porque no bien me crucé con José María a los pocos días en la Facultad, me dijo que le interesaba seguir la conversación que habíamos empezado días antes. Nos reunimos en su oficina, que compartía con Alfredo Torero, contigua a la de Francisco Carrillo. Recordaba con precisión lo que le había estado explicando y el punto en donde había quedado la conversación. Retomé lo hablado y continué. José María escuchaba, tomaba algunas notas y pedía precisiones. Era evidente el gran interés y entusiasmo que desbordaba su mirada, por cada cosa nueva que escuchaba y que quería hacer suya. Dijo que creía en general que ahora los estudiantes sabían algo más que sus maestros y que eso lo llenaba de satisfacción porque le hacía ver que el futuro del Perú estaba asegurado. Pero también expresaba, un profundo amor y respeto por lo nuevo y diferente...”[23].

 

 

Hoy en educación se recomienda algo semejante, en el sentido que es necesario que uno haga suyos los conocimientos en un proceso que puede ser largo y que supone hacerlos enraizar en su espíritu.

 

Este interés por la verdad es destacado también por José Carlos Fajardo:

 

“... Sobre su amplia curiosidad intelectual, un buen muestrario son sus artículos. En los publicados en la Revista de folklore latinoamericano se puede ver, por ejemplo, que rebasando la convencional división de géneros literarios impuesta por la cultura occidental, sabe apreciar el valor de una expresión practicada desde Ayacucho al Cusco: el cultivo del insulto ingenioso. Ilustraré con una anécdota esa su apertura mental. Un día me dejó entusiasmado su manuscrito “El sueño del pongo”, y pidió mi opinión. Al reencontrarnos el día siguiente, le dije que ese cuento ya lo había leído en alemán en uno de los libritos de complemento de lectura publicados por el Instituto Goethe. Él, sorprendido, comentó alegremente: “Caramba, qué bueno, nos encontramos con un caso de difusión cultural". Reacción opuesta a la de Alfredo Torero, que me previno no se lo dijese porque lo podía afectar...[24]”.

 

 

 

2.4   Sus prioridades dentro de las tareas universitarias

 

 

Si tuviéramos que medir las prioridades de Arguedas dentro de la Universidad Nacional Agraria La Molina, podríamos concluir que su principal interés era la proyección social, en el sentido de hacer conocer los contenidos de la cultura andina a todos los sectores de la universidad. A partir de ahí, le interesaba que la Universidad se orientara a las comunidades para enseñar y aprender de ellas. Su principal instrumento eran las actividades culturales, en o que recibió la enorme ayuda del profesor Reynel.

 

La UNALM fue consciente de que la actividad prioritaria de Arguedas, importantísima para su trabajo creador, era la investigación y por ello le otorgó permisos para que terminara diversos trabajos que después debía discutir en clases. Tanto así que se le ofreció una licencia con goce de haber para que escribiera El zorro de arriba y el zorro de abajo, cosa que él no aceptó, convencido de que no debía servirse de la universidad sino servirla.

 

El lingüista Alberto Ratto señala que este ofrecimiento tenía la intención contraria. En realidad, las autoridades pensaban que sus novelas podían convertirse en un buen material de enseñanza, como en la práctica fueron. Los profesores entrevistados recuerdan que llamaban a Arguedas a sus clases para que difundiera sus hallazgos, pero con la condición de comentar sus obras. Azril Bacal nos lo confirmó personalmente[25].

 

Arguedas consideraba de primera importancia las actividades culturales y dejaba su responsabilidad a Miguel Reynel a quien conocía de la Peña Pancho Fierro desde 1935. En 1945, Arguedas lo convocó para que enseñara arte en el Colegio de Guadalupe, durante la reforma educativa del colegio. Luego Reynel continuó haciendo este trabajo en el Instituto Pedagógico y en la Universidad de la Cantuta. En cierto modo, impulsó a Reynel a especializarse en la promoción de las actividades culturales y la difusión de las culturas en el Perú en los diferentes centros de educación donde trabajaron. Todos los profesores entrevistados reconocieron la labor eficaz del ex profesor Reynel en este campo.

 

 

3.         CUALIDADES DE LA COMUNIDAD UNIVERSIDAD QUE PERMITIERAN
PLASMAR SUS INQUIETUDES HACIA UNA UNIVERSIDAD DE EXCELENCIA

 

 

Veamos qué cualidades, según Arguedas, eran necesarias para plasmar el ser de la universidad.

 

3.1       Generosidad sin rabia

 

 

Arguedas repetía constantemente esta expresión como para referirse a la actitud que deberá tener la comunidad universitaria para resolver sus problemas. Alberto Ratto señala que esta expresión aparece en boca de Rendón Willca, uno de los personajes paradigmáticos de Arguedas:

 

“... no tener odio a los demás miembros de la comunidad, en este caso universitaria, y buscar siempre una solución a las contradicciones porque con imaginación, sensibilidad y desprendimiento siempre había una solución...”[26].

 

Esta actitud de Arguedas, según el mismo Ratto, entraba en conflicto con la posición violentista de los estudiantes radicales de la universidad que querían cambiar la sociedad en un minuto. Los estudiantes le reprochaban a Arguedas esas expresiones por considerarlas inoportunamente pacifistas.

 

Jaime Llosa señala también que esta invocación a no tener rabia buscaba estimular la tolerancia entre los estudiantes de modo que pudieran negociar condiciones con las autoridades de la Universidad sin dogmatismos. Reynel, más bien, sugiere que la expresión estaba dirigida a las autoridades, recordando que la actitud recalcitrante de los alumnos nacía de experimentar en carne propia la desigualdad y la marginación. Para Reynel, la frase instaba a las autoridades a actuar con serenidad y haciendo uso de la razón y el diálogo.

 

Murrugarra coincide con Reynel. “No tener rabia” significaba comprender a los estudiantes pobres resentidos por una opresión social de siglos e inflamados de cólera contra el poder. Más bien, se trataba de propiciar que esta energía se transformara en alegría victoriosa y magnánima frente al vencido.

 

Arguedas constató que los mestizos del valle del Mantaro incorporaban elementos de la economía del mercado a los valores andinos sin recurrir a la violencia, aceptando la modernidad a su manera. El mismo Murrugara sostiene también que esta frase tenía el doble significado de hacer una crítica a los grupos de izquierda que se peleaban por asuntos secundarios sin acompañar verdaderamente al pueblo.

 

En una interpretación más directa, Samaniego sostiene que la expresión “no tener rabia” es muy provinciana e implica despojarse de la agresividad y el resentimiento porque son emociones que no permiten razonar y buscar una salida favorable para las partes de un  conflicto. Es una invocación específica para los estudiantes que querían cambiar las estructuras sociales usando la violencia verbal y física.

 

Samaniego señala que Arguedas defendía la necesidad de una forma no violenta de lucha para transformar la universidad y el país. Alfredo Stecher[27], Presidente de la Federación de Estudiantes unos años antes que Arguedas muriera, señala que Arguedas se mostraba desalentado cuando observaba una posición irreductible, en la medida que estaba persuadido de que podía sintetizarse con aspectos de la posición contraria.

 

“... Tenía una inclinación por el movimiento estudiantil, aunque en general rechazara el conflicto. Él trataba de armonizar posiciones y demostraba que era posible hacerlo...”[28]. 

 

Bacal, encontrando equivalencia entre no tener rabia y practicar la generosidad, insiste en lo siguiente:

 

“... significaba dialogar, escuchar al otro, aprender y reconocer el valor del otro aunque sea distinto o diferente y ser suficientemente abierto y magnánimo para no calificarlo y tratarlo con violencia…”[29].

 

Uno de los recuerdos de Andrés Solari aclara la actitud de Arguedas:

 

“... En dos oportunidades, José María me preguntó por qué había estudiantes tan agresivos y violentos, que él no podía comprender por qué sucedía esto, porque finalmente el ideal común era el de un mundo de generosidad y comprensión. Tampoco podía comprender por qué se usaban tan fácilmente palabras altisonantes para herir a la gente con ‘formas petulantes’...”[30].

 

Es posible encontrar coincidencias en la conducta de Arguedas con la tesis de la no violencia de Ghandi. No pedía pasividad frente a la injusticia, sino una reacción activa y comprometida pero pacífica, aunque suficientemente eficaz como para generar cambios y nuevas orientaciones. El mismo Ghandi demandaba generosidad hacia sus opositores. La contraparte de Arguedas de no tener rabia es asimismo su fácil generosidad con los demás. Lo testimonia José Carlos Fajardo:

 

“Un rasgo saltante suyo era su gran generosidad; estaba siempre dispuesto a ayudar a que la gente se superase. Fui testigo de los esfuerzos que hizo para conseguir becas en el extranjero hasta para personas que le eran completamente desconocidas. Esta generosidad me fue ratificada últimamente por Juana Julia Delgado Taripha, hija de esa narradora de cuentos, a la que Arguedas elogió varias veces en sus escritos. Me dijo ella que Arguedas contribuyó en diferentes ocasiones a pagarle sus estudios...”[31].

 

Rosa Guerra, una ex alumna del curso de Quechua de  Arguedas, me dijo que el espíritu del maestro se resumía en la palabra urpichallay, es decir “corazón de paloma”. Dentro de la tierna imaginación musical de los huaynos ayacuchanos este animal se convierte en una metáfora del amor en el sentido de unión de la vida y la muerte.

 

“Uno de los pilares de la vida de Arguedas era el amor y eso uno lo podía sentir hasta en el tono de su voz. Yo me acuerdo mucho, en uno de los cursos de quechua, cuando había que traducir la palabra urpichallay, que significa mucho, y así la uses con muchas palabras en español, no logras traducir adecuadamente lo que quiere expresar, que además depende mucho del tono de voz. En fin para mí hasta hoy, cuando digo urpichallay, es que estoy escuchando a José María. Y solo así entiendo el inmenso amor que él sentía por todos sin ninguna distinción y por eso podía ser amigo de muchos...”[32].

 

 

Aun así, Fajardo indica que esta generosidad tenía un límite, a menudo el de la crítica. Ante ella, Arguedas se sentía disminuido y resentido hasta perder a veces la objetividad:               

 

 

“... Al revés, se hermetizaba frente a lo que percibía como opuesto a sus sentires. Las críticas que recibió en el Instituto de Estudios Peruanos IEP lo hirieron tanto que rechazaba a quienes trabajaban allí, pese a asistir a sus debates. Lo comprobé cuando reaccionó airadamente una vez que le hablé de Pepe Portugal (quién trabajaba en el IEP). Quedó sorprendido cuando le dije que Pepe lo admiraba y comentaba siempre elogiosamente de él...”[33].

 

 

En otras palabras, un rasgo primordial del espíritu de Arguedas era una disposición bondadosa con todos, salvo cuando detectaba precisamente una mala voluntad hacia él. Y lejos de ser un pacifista que invocara al conformismo y el sometimiento a la autoridad,  estimulaba una defensa serena de las razones propias, y siempre abierta a transformar sus contenidos mediante el diálogo. No profesaba una dialéctica marxista ni una posición ingenua sino una mezcla de la mayéutica de Sócrates y Platón con el antidogmatismo, lleno de paciencia y cálculo, de la cosmovisión andina. Rodeado de múltiples riesgos —heladas, sequías, inundaciones, huaycos, terremotos, aludes, erosión de los suelos, pérdida de aguas y cobertura vegetal—, el hombre andino prefiere observar el curso de los acontecimientos y hacer un control del riesgo, para enfrentar con paciencia las circunstancias adversas. 

 

Esta actitud de Arguedas no fue comprendida ni orientó las acciones reivindicatorias durante las tres décadas que siguieron a su muerte.

 

El tener rabia como método de lucha fue llevado al paroxismo por Sendero Luminoso, que consideró que la única forma de zanjar la diferencia era la supresión del otro. Las entidades estatales que actuaron en defensa del Estado no se guiaron por un espíritu distinto. Combatieron la rabia con más rabia y solo agigantaron el costo de la violencia política, como reconoce el acucioso informe de la Comisión de la Verdad. El tener rabia costó 69 000 muertos al Perú.

 

Entretanto, los grupos de izquierda no terroristas, concentrados excesivamente en la lucha sindical y economicista en desmedro del contacto cultural, perdieron comunicación con el pueblo y no supieron canalizar sus inquietudes.  

 

 

3.2       No poner obstáculos artificiales entre los miembros de la comunidad
            universitaria

 

 

Esta expresión aparece también en la última carta de despedida y representa para Arguedas una segunda cualidad necesaria para el progreso de la universidad y de la sociedad. En la carta, se refiere a la actitud de un número importante de peruanos de poner obstáculos artificiales a su propia gente “... que impiden, aún, el libre vuelo de la capacidad humana, especialmente del hombre peruano...”[34].

 

La falta de apoyo mutuo ha obligado a muchos peruanos notables a optar por el exilio. César Vallejo tuvo que irse a Francia, Mariátegui pasó unos años en Italia y el mismo Vargas Llosa abandonó el Perú para establecerse en España. Arguedas que se quedó, decidió suicidarse.

 

Muchos peruanos sencillos, pero enormemente creativos y luchadores, han tenido que enfrentar condiciones harto desfavorables debido a la falta de generosidad de sus compatriotas. Por fortuna, también han podido remontarlas, apoyados muchas veces en pequeñas redes solidarias. Se pueden contar aquí a los empresarios de Gamarra y las cantantes populares Dina Paucar, Abencia Meza y Laura Pacheco.

 

En el caso del ámbito universitario, Alberto Ratto corrobora la expresión de Arguedas:

 

“... no hay peor enemigo del peruano que otro peruano; la gente aquí se jala la camiseta...”.

 

Ratto dijo que Arguedas tenía razones específicas para mencionar este punto. Antes, en la Universidad de San Marcos lo habían mantenido relegado como profesor auxiliar. Samaniego agrega que también se refería al Ministerio de Educación y al de Agricultura, donde los proyectos de reforma propuestos de Arguedas habían sufrido alteraciones para quitarles efecto. También pensaba en los obstáculos burocráticos y financieros que les imponían a los profesores y alumnos, especialmente de ciencias sociales, para desarrollar investigaciones de campo, dificultando su formación.

 

Por otra parte, hacía alusión a las limitadas inversiones públicas en el interior del país que impiden el progreso de muchos pueblos ya lanzados hacia el desarrollo.

 

Murrugarra piensa que se refería a la desconfianza que marcaba el trato entre las autoridades y los estudiantes, y entre los mismos profesores y los mismos estudiantes entre sí. Reynel sostiene, en cambio, que se refería a los criollos que no reconocían la capacidad creadora de los andinos.

 

Se ha dicho que la mentalidad divisionista en el Perú tiene raíces en la Colonia, que promovía los conflictos internos para asegurar que no hubiese oposición genuina a la autoridad virreinal. Esta misma actitud fue promovida, según muchos, por los criollos durante la República.

 

Cuando Arguedas propone dejar de lado los obstáculos artificiales también está proponiendo estar atentos al goce del instante y la participación. De allí la importancia que concedía a las danzas y fiestas, las conversaciones en clase y el diálogo con representantes de otras culturas.

 

Era muy peculiar su actitud de acercarse a la residencia universitaria y reunirse con los estudiantes para cantar huaynos durante horas. Este goce se extendía por supuesto a la naturaleza y su extasiada contemplación. Arguedas apreciaba de manera especial dos tipos de árbol —el molle y el pisonay— en el campus de la Universidad.

 

Ratto señala que “el pisonay era su árbol preferido. En la universidad hay uno muy grande cerca de la oficina del Rector y en el tiempo que se suicidó este árbol estaba floreciendo, lleno de hermosura”. Samaniego decía que Arguedas amaba además el molle, una especie con muchas propiedades medicinales y poder fertilizante para los campos.

 

3.3   Estar abierto a gozar de la realidad

 

 

La apertura fue una cualidad defendida siempre por Arguedas. Con ella, no se refería solo a estar dispuesto a escuchar ideas diferentes para reexaminar las propias, sino a un acercamiento satisfactorio, real y concreto entre los miembros de la comunidad universitaria. Su ideal era acercar a profesores, alumnos y trabajadores, sin excepciones. Se trataba, para Arguedas, de ganarlos alegremente a la empresa de descubrir juntos la verdad sobre nuestro país y comprometernos con él.

 

La experiencia se convertía en una forma de eficaz de superar los prejuicios y abrirse a verdades imposibles de identificar desde la estadística básica y las teorías. Así, se transformaba también en una vía para hermanar a personas con diferentes inquietudes y perspectivas. Reynel haba sobre esto:

 

“... los alumnos lo querían mucho y algunos lo adoraban. Era un hombre con enorme sencillez, y sabía perfectamente cómo tratar a los muchachos. He conocido grandes investigadores pero que no podían con los estudiantes. En cambio él conseguía resultados magníficos. Eielson fue un alumno de Arguedas en el colegio Guadalupe y en la clase de castellano lo mandó a escribir un poema. Eielson le presentó uno y Arguedas lo llamó. Le dijo: ‘dónde has copiado esto’ y Eielson le dijo que no lo había copiado; entonces comenzó entre ellos una amistad entrañable...”[35].

 

Murrugarra confirma esta apreciación:

 

“... él incluía los sentimientos en el trabajo académico. Por ejemplo, siempre hubo presencia de la actividad artística en las relaciones con los estudiantes y las conversaciones sobre el país y las mismas clases continuaban en reuniones en su casa o en la de los estudiantes que sabían tocar guitarra. El mismo  José María Arguedas rasgaba su guitarra y todos cantábamos. A veces, los que no sabíamos bien el quechua nos perdíamos parte del mensaje pero nunca sentimos que para él ni para nosotros eso estuviera reñido con la actividad académica... ... No era una relación clásica de profesor-alumno, en la cual el alumno que no sabe, busca al profesor porque sabe mucho. La relación se teñía de una relación filial; lo sentíamos al mismo tiempo frágil y también como padre enorme y querendón...”[36].

 

Arguedas era igualmente abierto con los profesores, sin importar su ideología y procedencia. La imagen de un Arguedas cerrado en lo andino es falsa. Si bien es cierto que los trabajadores y estudiantes de origen andino estuvieron muy cerca de Arguedas y que Arguedas sostuvo con ellos una fácil comunicación, es también verdad que entre sus amistades entrañables había gente de otra procedencia y cultura. Ratto nos dijo:

 

“... Arguedas no era un acomplejado, no tenía problemas con los blancos. Sus mejores amigos eran Felipe Alarco, Cueto Fernadini, Paco Miró Quesada. Él no los rechazaba, solo estaba contra el abuso y la presunción...”[37].

 

Alberto Gonzales opina igual:

 

“Arguedas era un progresista pero distinto a los intelectuales de izquierda. Él era amigo de todos. Azril Bacal por ejemplo, que vino con un doctorado de EUA. Lo creíamos la quintaesencia de la ideología burguesa y Arguedas, al revés, se llevaba muy bien con él...”[38].

 

La calidez de Arguedas trascendía las especialidades, ideologías y clases sociales. Su sintonía con los trabajadores era inocultable, pues se sentía identificado con su sencillez. Andrés Solari cuenta:

 

"... Había encargado una cama de dos cuerpos con el carpintero de la Universidad, un señor mayor, de unos cincuenta y cinco años, sumamente amable. La carpintería quedaba a pocos metros de la Facultad de Ciencias Sociales y era un paso obligado para ir a unos puestitos donde se vendía comida criolla y otras cosas. Un día estaba con el carpintero viendo cómo quedaría la cama, cuando apareció José María que iba a visitar al carpintero. Me sorprendió gratamente el cariño con que se saludaron, el trato fino entre ellos y la conversación tan amable que tuvieron...”[39].

 

Esta cualidad de apertura también se refería a la necesidad de estar abiertos a todas las teorías, enfoques, metodologías y corrientes de pensamiento. Reynel afirma:

 

“... Él no era un fanático del indigenismo, pero estuvo de acuerdo con Sabogal y Julio Codesido. Pese a ello, también iba a la peña Pancho Fierro donde se admiraba los avances de la cultura occidental. Él tenía un espíritu abierto a los movimientos contemporáneos, como el cubismo por ejemplo. Adolfo Westphalen asistía también a esta peña. No hay ser humano que no tenga enemigos pero la gente que lo conocía lo apreciaba. Cuando comenzó su gestión, el general Mendoza, quien era Ministro de Educación, ordenó sacar a los funcionarios y hasta a Arguedas. Él mismo fue donde el nuevo ministro y le dijo que la medida era injusta e inmediatamente fue repuesto. Él se sabía comprender con mucha gente y no entraba en estridencias...”[40].

 

 

4.0       LA PREFERENCIA DE ARGUEDAS POR LA UNIVERSIDAD NACIONAL
            AGRARIA LA MOLINA

 

 

Hay que preguntarse por qué Arguedas tuvo esa predilección por la Universidad Nacional Agraria que manifiesta claramente en su carta de despedida, al decir que la había escogido para morir, cuando pudo haberlo hecho en su casa. Y al haber planeado su funeral con participación de todos los estamentos de la universidad.

 

Las versiones de los ex profesores y estudiantes son muy claras: Arguedas quiso especialmente a la Agraria porque fue acogido allí afectuosamente, sin ningún recelo por parte de los profesores antiguos, que pudieron temer que los ensombreciera. Ratto dijo que en San Marcos fue el Cholo Arguedas y en la Agraria el Doctor Arguedas.

 

Cuando ingresó en 1968 como profesor nombrado fue recibido por el secretario general de ese entonces. Este le confió que había estado varios años fuera del país y que la lectura de sus obras le había avivado el amor al Perú. Arguedas también sintió una enorme gratitud por que la universidad le ofreció licencia con goce de haber para que continuara su novela El zorro de arriba y el zorro de abajo.

 

Stecher recuerda que la Agraria, en ese entonces, buscaba personas de particular valía sin consideraciones ideológicas.

 

Más bien, Murrugarra ofrece una explicación complementaria. Él afirma que Arguedas llegó a la Agraria al mismo tiempo que un grupo de profesores progresistas que conoció en La Cantuta y San Marcos: Sologuren, Ratto, Reynel, etc. Esto le dio un inmediato sentido de pertenencia.

 

José Carlos Fajardo confirma la apreciación de Murrugarra:

 

“... Se entregaba completamente a quienes compartiesen sus gustos, especialmente la apreciación del mundo andino. Es por eso que trabó estrecha amistad con Murra y Bourricaud. A este lo llevó, la primera vez que vino al Perú, a visitar Lucanas y, me parece, lo orientó para sus investigaciones sobre Puno. También hizo buenas migas con Alfredo Torero, por su común interés en el quechua. Cuando Alfredo —mi  antiguo amigo— llegó a La Molina Arguedas quiso dejar de enseñar quechua alegando que estaba menos capacitado que él y aceptó a
regañadientes compartir las clases. Después se compenetraron mucho...”
[41].

 

Murrugarra ofrece asimismo otra razón. Señala que Arguedas sintió predilección por la Agraria por estar dedicada a ofrecer alternativas tecnológicas a la actividad agropecuaria, uno de los importantes quehaceres del mundo andino que amaba. No había otra universidad que viera el campo desde un ángulo práctico, enfocado en la producción y la necesidad de cambios tecnológicos. Gonzales confirma esta opinión, al decirnos que en la Universidad Arguedas encontró una aproximación inexistente en San Marcos, que relacionaba la cultura con la producción agropecuaria, y lo social con dicha producción. Así también la Facultad de Ciencias Sociales estaba en formación y la sentía como propia por colaborar en su diseño y naturaleza. 

 

Otorga a la vez una explicación adicional muy importante. Arguedas había roto con el Partido Comunista (con orientación rusa) que lo había censurado por haber publicado una crítica de un líder campesino al gobierno de Prado, aliado circunstancial de dicho partido. Así, se sentía muy a gusto entre los estudiantes izquierdistas de la Agraria, parte de la llamada Nueva Izquierda que no se alineaba con ninguna de las facciones internacionales del comunismo. La Nueva Izquierda buscaba un socialismo propio, construido sobre nuestras peculiaridades nacionales.

 

Arguedas encontró en la Agraria un ambiente favorable a las ciencias sociales y humanas. Los ingenieros comprendían la importancia de prestar a los alumnos conocimientos que les hicieran posible vincularse exitosamente con los agricultores en el desarrollo rural, entendiendo sus vivencias y concepciones. Para Arguedas fue una sorpresa el interés de los profesores de ciencias naturales por integrar sus disciplinas con las ciencias del hombre. El lema en la Agraria era “Cultivar al Hombre y al Campo”.

 

Fajardo señala que se sentía asombrado por el trabajo interdisciplinario dentro de la Universidad:

 

“... se sorprendió que en una reunión internacional sobre la enseñanza de las ciencias sociales, a la que asistió con Luis Lumbreras representando al Perú, se dijera que el currículo elaborado en La Molina era el más apropiado por integrar las diversas disciplinas y no cultivarlas separadamente...”[42].

 

Todos los entrevistados coinciden asimismo en que el escenario natural de la universidad subyugaba a Arguedas. La vegetación que se extendía hasta los cerros, la presencia de animales y pájaros, de árboles como el molle y el pisonay, el jardín botánico, revivían en Arguedas el contacto sublime con la naturaleza de su infancia. Azril Bacal y Jaime Llosa cuentan que cuando lo veían deprimido, lo llevaban al bosque de Chaclacayo o Chosica y notaban cómo Arguedas se sentía revitalizado.

 

 

5.         LA PARTICIPACIÓN DE LOS ESTUDIANTES Y PROFESORES DENTRO
            DE LA POLÍTICA UNIVERSITARIA

 

 

Es significativa la invocación de Arguedas a los alumnos y profesores para participar en el destino de nuestra universidad porque reconoce que es “fecunda y necesaria”.

 

Quisiera destacar dos elementos presentes en la carta de despedida:

 

-           Participar para llegar a acuerdos beneficiosos para todos    

 

Arguedas pide participar en el cambio de las cosas, con indignación pero también con serenidad, energía e inteligencia. A los profesores les pide una generosidad paciente y sabia y a los alumnos una generosidad impaciente. Es decir no cejar hasta que las cosas mejoren pero con un espíritu tolerante y abierto a acuerdos, basado en el sentido común. Esta es la base de lo que ahora llamamos concertación.

 

Sus novelas testimonian esta manera de ver las cosas. En Los ríos profundos, Ernesto viaja con su papá al Sur andino (Apurímac, Cusco) y observa a los diferentes personajes de los diversos grupos culturales con ojos críticos pero también aceptando sus valores y capacidades. En El zorro de arriba y el zorro de abajo se acerca a los diferentes grupos que convergen en la ciudad de Chimbote con motivo de actividad de pesca, sin ignorar sus defectos pero tampoco sus virtudes.

 

Asimismo, en sus ensayos compendiados por Angel Rama en Señores e indios hace un elogio de los señores criollos que se identifican con los indios y asimilan sus danzas y músicas.

 

-           Participar dentro de la universidad con esperanza

 

 

Arguedas recoge los valores tradicionales andinos otorgándoles un nuevo hálito y una nueva dinámica hacia el progreso. Afirma la individualidad pero sin negar lo colectivo, y en esa síntesis halla razones para una decidida esperanza. Arguedas confía en que vendrán tiempos mejores para todos los peruanos y desea que estudiantes y profesores compartan esa fe.

 

-           Tratar a los estudiantes teniendo en cuenta que forman parte del contingente
            juvenil que colaborará en el cambio del país

 

 

La carta de despedida contiene un mensaje acerca de la necesidad de mantener una actitud de búsqueda. El hombre solo puede vivir en eterna juventud y moviéndose hacia el cambio. En ese sentido, la carta está dirigida principalmente a los estudiantes. Ellos deben saldar las cuentas del pasado y construir un futuro para el Perú con “generosidad sin rabia”. Por eso, Arguedas, en sus instrucciones para su funeral, pide que “... si han de haber discursos que sea un estudiante el que hable...”. 

 

Fue justamente un estudiante, Andrés Solari, el que testimonió sus últimos minutos:

 

 

“...Creo que fui el último que lo vio con vida y conciencia a José María. Sucedió esa misma tarde, cuando redactábamos un comunicado con el charapa Julio Ernesto Cárdenas en la oficina de Rosita Malca, que por las tardes nos prestaba las máquinas de escribir, aquellas que picaban muy bien los stencils. Eran como las cinco; entonces, José María hizo varias llamadas por teléfono desde esa oficina porque al parecer el suyo no funcionaba. Nos vio y me dijo en ese tono siempre amable, aunque esta vez más resuelto: “Solari quiero hablar contigo, te espero en mi oficina”. Le dije que en un minuto lo iría a ver. Pero mientras nos poníamos de acuerdo sobre cómo terminar ese comunicado pasaron hasta cuatro o cinco minutos. En eso sonaron los estruendos de los dos disparos. Nos pareció como que hubieran caído unas láminas de calamina que habían estado usando en la construcción para ampliar el local de la Facultad. Justo ese día las habían estado bajando de un camión y su caída sonaba de manera semejante. No pasaron más de tres minutos y llegó Rolando, un trabajador que hacía la limpieza de la Facultad. Él nos dijo que José María estaba herido en el piso del baño. Avisamos a quien pudimos desesperadamente. Vinieron el rector, el médico, el policía de La Molina y lo levantamos hasta una camioneta de la Universidad. Fuimos Julio, el chofer y yo, con José María agonizando, hasta el policlínico de emergencias al costado del Hospital Obrero frente a lo que era entonces el taller de Víctor Delfín, en la Av. Grau. No recuerdo qué pasó con el rector, si nos siguió o no. Teníamos las manos y la ropa ensangrentadas. De un teléfono público hablé a la Librería El Sótano, de Paco Moncloa, donde trabajaba Sybila y le dije que José María había sufrido un accidente. “Ya lo sabía” me dijo y dejó el teléfono. Regresé al policlínico pero era imposible poder verlo. Caminé durante varias horas por el Centro de Lima sin rumbo, aturdido, hasta que el cansancio me venció. El ‘Solari, quiero hablar contigo, te espero’ me ha acompañado, sin saber cómo descifrarlo...”[43].



[1] Sociólogo PUCP,  profesor del Departamento de Ciencias Humanas de la Facultad de Economía y Planificación de la Universidad Nacional Agraria La Molina.

[2] Carta enviada por Edmundo Murrugarra a través de internet. Octubre de 2004.

[3] Podemos ver una narración detallada de este apoyo en el libro del ingeniero Olcese que citamos a continuación.

[4] Orlando Olcese. Enfrentando la adversidad: Camino a la gloria. 100 años de historia de la UNALM 1902- 2002. Ediciones UNALM, La Molina, 2002.

[5] Carta escrita por Arguedas el 27 de noviembre de 1969, un día antes de su suicidio. Trascripción del manuscrito archivado en la Secretaría General de la Universidad Nacional Agraria La Molina y publicado por el ex profesor Orlando Olcese en su libro Enfrentando la adversidad: Camino a la gloria.

[6] Frase de la misma carta de la cita anterior.

[7] Entrevista hecha por el autor a Rosa María Salas en agosto de 2004.

[8] Entrevista hecha por el autor a Jaime Llosa en junio de 2004

[9] Entrevista hecha por el autor a Rosa María Salas en agosto de 2004

[10] Carta de Arguedas a Manuel Moreno Jimeno citada y analizada por Rosa María Salas y Willy Rochabrun en el booklet del disco de la primera.

[11] “Formación de la cultura nacional indoamericana”, p. 24, párrafo 2. Editorial Siglo XXI, Sexta Edición.

[12] Carta enviada por internet al autor de esta ponencia en octubre de 2004.

[13] Alfaro, Julio César; Chavez, Julio; Escobar, Emérita, Mandujano, María Beatriz; Martínez, Galo; Vallejos, Miriam; Vilcapoma, José Carlos. “Enfoque intercultural para la gestión de las microcuencas andinas”, contrato PRONAMACHCS-UNALM. 2002, Lima.

[14] Esta idea de la mayéutica dialéctica en Arguedas fue confirmada por las ponencias del ex ministro de Educación, Gerardo Ayzanoa, y por el amauta Walter Peñaloza, amigo entrañable de Arguedas, en el conversatorio sobre educación organizado por el Seminario Internacional “Arguedas y el Perú de hoy”, el 19 de agosto del 2004.

[15] Entrevista hecha por el autor de esta ponencia a Murrugarra en julio de 2004.

[16] Ídem.

[17] Entrevista hecha por el autor a Carlos Samaniego en junio de 2004.

[18] Entrevista hecha por el autor a Jaime Llosa en junio de 2004.

[19] Arguedas José María. Señores e indios. Editorial Calicanto, Buenos Aires, 1976, p. 55.

[20] Arguedas José María. Señores e indios. Editorial Calicanto, Buenos Aires, 1976, p. 57.

[21] Entrevistas hechas por el autor a Ricardo Claverías en mayo y agosto de 2004.

[22] Entrevista hecha por el autor a Alberto Ratto en agosto de 2004.

[23] Carta  enviada por internet desde Morelia, México, al autor de la presente ponencia. Setiembre de 2004.

[24] Carta enviada por José Carlos Fajardo al autor de la presente ponencia desde EUA a través de internet. Octubre de 2004.

[25] Entrevista del autor a Azril Bacal en junio de 2004.

[26] Entrevista a Alberto Ratto en agosto de 2004.

[27] Entrevista del autor a Alfredo Stecher en agosto de 2004.

[28] Entrevista a Carlos Samaniego en junio de 2004.

[29] Entrevista del autor a Azril Bacal en julio de 2004.

[30] Narración enviada por Andrés Solari, desde Morelia (México), al autor de esta ponencia en setiembre de 2004.

[31] Carta enviada por Fajardo a través de internet al autor de esta ponencia en octubre de 2004.

[32] Carta enviada al autor de esta ponencia por Rosa Guerra desde Caracas, Venezuela, por medio de internet. Octubre de 2004.

[33] Carta enviada por José Carlos Fajardo al autor de esta ponencia a través de internet. Octubre de 2004.

[34] Carta de despedida a la comunidad universitaria de La Molina escrita el 27 de noviembre de 1969.

[35] Entrevista a Miguel Reynel en julio de 2004.

[36] Entrevista a Edmundo Murrugarra en julio de 2004.

[37] Entrevista a Alberto Ratto en agosto de 2004.

[38] Entrevista a Alberto Gonzales en agosto de 2004.

[39] Carta enviada por e-mail al autor de esta ponencia en setiembre de 2004.

[40] Entrevista del autor de esta ponencia con Miguel Reynel en julio de 2004.

[41] Carta enviada por Fajardo a través del e-mail al autor de esta ponencia. Octubre de 2004.

[42] Carta enviada por internet al autor de la presente ponencia en octubre de 2004.

[43] Relato de Andrés Solari enviado por e-mail al autor de esta ponencia.

Email: casasur@casasur.org Web: www.casasur.org Teléfono: 996262884 Lima-Perú
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